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Reportaje:ATLETISMO

El artista poderoso

Manuel Martínez, integrado ya en la élite del lanzamiento de peso, tiene en la escultura, la pintura y la literatura sus otras vocaciones

Mide 1,86 metros y pesa 140 kilos proporcionados. Si fuera más alto, tendría una palanca mayor para lanzar el peso, pero no tanta rapidez. Mueve su enorme humanidad con una gran agilidad, impropia de cualquier otra persona que no sea un atleta. Su caso puede parecerse al de los piliers del rugby, los delanteros, primeras líneas, gordos pero con un ritmo asombroso.

Manuel Martínez cumplió los 26 años el pasado 7 de diciembre y es la extraña especie de lanzador que ha dado España en la élite. Su medalla de bronce en los recientes Campeonatos del Mundo de pista cubierta de Lisboa, a 5 centímetros de la de plata y a 15 de la de oro, ha marcado un hito en el atletismo español, aunque, potencialmente, él ya lo había hecho con su trayectoria entre los mejores. Y, por lo que se adivina, sólo debe ser un jalón importante en la carrera de un atleta con gran porvenir en una prueba en la que se alcanza la plenitud pasados los 30 años. Él también lo cree así.

Lejos están los tiempos en que empezó seriamente en su León natal, donde, con una vocación tardía, como reconoce, tiene un taller y se dedica también a la escultura y la pintura además de a hacer sus pinitos en la ñiteratura.

Manolo, como le llama toda la gente, llevaba siete años buscando el máximo podio internacional, que logró en los Europeos de Gante 2000 tras ser cuarto en París 94, séptimo en Estocolmo 96 y sexto en Valencia 98. Fue tercero en la ciudad belga, tras el ucranio Alexander Bagach y el finlandés Timo Aaltonen, pero, al confirmarse el dopaje del reincidente Bagach, descalificado a perpetuidad, ha subido un peldaño. A él le daba igual, porque no le gusta, como a todos los atletas, que el dopaje ajeno manche su esfuerzo. Pero él está limpio y su corpulencia se ha forjado a lo largo de duros entrenamientos, la mayoría en ese León que no quiere dejar.

Martínez recuerda más a leyendas como el alemán Udo Beyer, con planta de leñador forzudo natural, que a otros colegas de musculatura más redondeada y sospechosa. Hubo una época en que el dopaje aún no descubierto pudo poner a los españoles a años luz de la élite, como sucedió en la halterofilia u otros deportes en los que la fuerza muscular es necesaria. Pero la realidad es que no se encontraba el atleta con la potencia y la técnica adecuadas.

Quinto del mundo en París 97 y dos veces maldito cuarto en Barcelona 95 y Maebashi 99, Manolo estaba ya en un límite espléndido, pero ahora se lamenta de que sólo la medalla le ha dado el gran empujón: 'No, no ha cambiado mi vida, pero sí me piden más entrevistas. Y las concedo. Pero lo único que preservo es mi intimidad. Dos televisiones ya han querido filmar mi taller, mis obras y mi casa, pero eso no lo voy a consentir'.

Firme en sus convicciones, Martínez es el producto más excelso del entrenador Carlos Burón y está sacando los frutos de unos comienzos que, curiosamente, no tiene claros. 'Debe de ser verdad su versión de que me paré un día, cuando iba en bicicleta, a mirar los entrenamientos en el Colegio de Huérfanos de Ferroviarios y que me dijo que si quería probar. Pero yo no me acuerdo. Creía que me habían citado para una prueba, pero no debe de ser así porque en aquella época las pistas del Hispánico estaban cerradas'. Él era un niño de 12 años que estudiaba en el colegio San Claudio y dio el estirón justamente entonces. 'Tiraba siete metros', comenta, 'y no parecía tener mucho porvenir, pero luego...' Luego... está el máximo.

'Me estoy entrenando para ser campeón del mundo y olímpico y me veo cada vez más cerca de conseguirlo', dice. Empezó brillantemente la temporada y con 20,77 metros quedó a dos centímetros del récord nacional que le había dejado el sabor amargo de verse apeado del podio en la serie final de Maebashi 99. Se colocó así nada menos que líder mundial del año y llegó el cuarto a Lisboa, donde ganó el bronce lanzando menos: 20,67. Fue en el último tiro, como es su costumbre, y no le gustó su concurso. Pero le compensó sobradamente la medalla tras los estadounidenses Godina (1,93 metros y 130 kilos) y Nelson (1,83 y 115). Éste último es de los pocos grandes lanzadores con menor estatura que Martínez. Todos son más altos: Randy Barnes, el plusmarquista mundial, con 23,12 metros (1,93, 144); Ulf Timmermann, el europeo, con 23,06 (1,94 y 115). Pero también otras figuras legendarias, como Beyer (1,94 y 125) o Parry O'Brien (1,90 y 110), el histórico pionero del clásico estilo lineal que practica el leonés. 'El rotatorio de Godina o Nelson no me va. No hago bien los giros'. Martínez, con su estilo, cinco días después de su medalla, batió en Madrid por dos veces, 20,83 y 20,91, el récord español. Los 21 metros estaban más cerca y, aunque en la Challenge de Niza, ya al aire libre, ganó sólo con 20,27, confirmó que es el mejor europeo. 'No hay razón para que lance menos al aire libre', dice. Tiene el récord en 20,55 con su sexto puesto olímpico en Sydney 2000. El gran momento de este año serán los Mundiales de Edmonton, en agosto, pero él, artista poderoso, no se obsesiona y ve otras ocasiones para mejorar. Las lesiones, al fin, le respetan y, de momento, sólo añade: 'Entrenarse y entrenarse'. El resto, muchas horas de taller.

Manuel Martínez, tras un lanzamiento en los Juegos Olímpicos de Sydney.
Manuel Martínez, tras un lanzamiento en los Juegos Olímpicos de Sydney.REUTERS

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