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Columna
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Picasso y Jesús

La primera parte de esta historia sucede en Madrid y la segunda en Londres, y las dos son lo mismo. Aunque ahora estén tan lejos, se pueden unir como las dos mitades perdidas de una misma manzana. En Londres, un forense especializado en reconstruir para Scotland Yard el rostro de personas desfiguradas en accidentes o incendios, a causa de un ácido o de una explosión, le acaba de cambiar la cara a Jesucristo. La BBC le había encomendado el trabajo con vistas a un documental en el que se pretende encontrar el rostro de Jesús de Nazaret para el siglo XXI, puesto que, como se sabe, cada época necesita su propio Hijo de Dios; y lo que ha hecho ese hombre, llamado Richard Neave, es usar una calavera del siglo I, encontrada en Jerusalén, y cubrirla pacientemente con sucesivas capas de arcilla hasta formar un semblante que se parece mucho a lo que se supone que era Jesús por sus antepasados, su país y su condición social, y muy poco a la imagen que teníamos de él hasta ahora, ese joven de tez pálida, ojos azules y melena rubia que irradia serenidad y belleza desde los cuadros de Velázquez o Murillo, irradia espiritualidad y sufrimiento en los de Zurbarán, y, esté donde esté, se ajusta a los cánones del héroe o el mito occidental, es un ser distinto, superior, una criatura celestial caída al reino de los humanos.

El Jesucristo de Richard Neave está hecho por ordenador -no podía ser de otra forma, en estos tiempos ciberprácticos- y es una persona normal y corriente, igual a muchas de las que uno puede encontrarse en la Jerusalén de hoy. 'Puedes verle hoy pasear por la ciudad', dice el presentador de la serie de la BBC, Jeremy Bowen, 'repetido en multitud de rostros'. La pregunta es ésta: ¿En qué preferirá creer la gente, en una persona como ellos, identificable y cercana, o en alguien diferente, alguien perfecto, irrepetible, que atesore los atributos del elegido? Porque quizá es eso lo que deben responder las facciones imaginadas por el forense británico. ¿En qué es más fácil creer, en algo que está cerca o en algo lejano y admirable? ¿Es mejor creer en un arquetipo o en un simple mortal, en uno de los nuestros, real como cualquiera e idéntico a todos? Recuerdo un momento magnífico de la película Nixon, de Oliver Stone, en el que Anthony Hopkins se acerca, en su última noche en la Casa Blanca y tras haber dimitido a causa del escándalo del Watergate, a un retrato de Kennedy, del que siempre tuvo unos celos enfermizos, y le dice algo así: 'Ya sé lo que pasa. Cuando los norteamericanos te miraban a ti, veían lo que soñaban ser; cuando me miran a mí, ven lo que son'.

La otra mitad de la historia está en el Museo Reina Sofía, y es la exposición de Pablo Picasso titulada Las grandes series, donde el pintor rehízo y adaptó a su mano diversas obras de Velázquez, Matisse, Delacroix, Poussin o Manet. Es extraordinario ver cómo el genio volvió a crear Las meninas, de Diego Velázquez; Las mujeres de Argel, de Delacroix, o El rapto de las Sabinas, de Poussin, cómo las desenterró y trajo a nuestra época para convertirlas en lo mismo absolutamente diferente, para demostrar que también se puede crear de la nada lo que ya existe y que algunas cosas pueden volver a pasar otra vez por primera vez.

Por supuesto, ese tipo de resurrección se puede hacer de muchas formas y con muchos propósitos. Se puede utilizar la tecnología para sacar de la tumba a un cantante o un actor, para grabar un dúo con un difunto, como hizo Natalie Cole con su padre, o para poner a James Dean y a Marilyn Monroe a anunciar un refresco, lo cual es peligroso: dejemos en manos de cuatro tiburones de las finanzas y de la publicidad a las estrellas del pasado y ya verán cómo John Lennon termina promocionando los bombardeos sobre Irak y Humphrey Bogart emprende una campaña contra el tabaco. Y también se puede hacer lo que hizo Picasso: convertir algo muy grande en algo muy grande, demostrar lo que un artista extraordinario puede hacer con aquello que ama y admira. Sin duda, la palabra que explica lo que está colgado en el Museo Nacional Reina Sofía es la palabra respeto. ¿Qué palabra explica las resurrecciones digitales de Bogart, Louis Armstrong, Nat King Cole y compañía? Se me ocurren varias, y todas ellas son desagradables.

Termino con una pregunta: ¿Dónde situarían ustedes al Jesucristo de la BBC? ¿En lo de Picasso o en lo de Nat King Cole? Tienen que responderlo en persona, porque lo único que va a preguntarse la Iglesia es cuánto dinero puede sacarle al asunto.

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