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Crítica:CRÍTICA | CLÁSICA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Ligeros y transparentes

Se esperaba de la agrupación milanesa justamente lo que ofreció: viveza y transparencia, contrastes acusados e instrumentos originales. Cualidades, todas ellas, que la han convertido en una referencia importante para Vivaldi y que alumbran también una interesante lectura de Haendel.

Para la interpretación de un oratorio que el propio compositor revisó en dos ocasiones, Il Giardino Armonico contó con la colaboración de un buen elenco de voces: el nombre ya estelar de Véronique Gens aparecía junto a los de Laura Aikin, Sonia Prina y Christoph Prégardien. A partir de un texto bastante rancio (del cardenal Pamfili), cuyo interés para el oyente del siglo XXI puede ser nulo, compusieron entre todos una lectura que permitía, poco a poco, enganchar al público. Los abstractos personajes de Belleza, Placer, Tiempo y Desengaño adquirieron entidad concreta, y a punto estuvieron de eliminar su carácter friamente alegórico para convertirse en seres de carne y hueso. La habilidad de los intérpretes para conseguirlo contó, claro está, con la ayuda de Haendel: la música daba calor a contradicciones y conflictos que en un principio sólo prometían moralina pura y dura. Los numerosos abandonos que se produjeron en la sala quizás se hubieran evitado de haber sabido que el gancho dramático de la obra se situaba más bien hacia el final, y para entonces mucha gente se había cansado ya, a pesar de la hermosísima música, de ver a la Belleza debatirse entre lo placentero y lo verdadero.

Las dos sopranos también se crecieron -como la partitura- tras el descanso. Si a Laura Aikin, en un principio, pareció faltarle solidez y andar apurada en la zona grave, se mostró luego con un instrumento más seguro que le permitió cantar primorosamente la intervención final (Pure del Ciel...). El hermoso color de Véronique Gens fue más brillante a medida que calentaba la voz, y estuvo tan bien en las agilidades de su última aria como en el lirismo tremendo de Lascia la spina (que tanto se parece al Lascia ch'io pianga de Rinaldo). Cristoph Prégardien y Sonia Prina fueron más homogéneos en sus prestaciones, destacando el atractivo timbre y el fraseo relajado de esta última.

El programa de mano, sin embargo, estuvo lleno de despropósitos: a una traducción horrible del texto se sumó la confusión de los roles (Véronique Gens hacía el Placer y Laura Aikin la Belleza, al revés de lo que allí se decía). Tampoco la que se nos ofreció fue la tercera versión que hizo Haendel de este oratorio, aunque así se anunciaba en las notas. A todo esto, en el caso de los programas en valenciano, se unía la ya tradicional ausencia de normativa y las faltas de ortografía. En definitiva: lo mejor era escuchar y negarse a leer nada.

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