Sinfonismo vizcaíno
Dentro del ciclo de la Orquesta Nacional, actualmente de gira, ocupó el Auditorio la Sinfónica de Bilbao con su maestro titular Juan José Mena, que asegura una programación interesante y no convencional. Así hemos podido escuchar una obra de Gabriel Erkoreka (Bilbao, 1969), tan personal como todas las suyas, titulada Famara, por encargo del INAEM, que se estrenó en 1998 en Londres.
Se trata de una pieza inspirada en la reserva natural de Lanzarote, Famara, en la que el compositor rinde pleitesía a la naturaleza y su necesaria conservación, lo que implica una actitud abierta frente al turismo abusivo. Ideas difícilmente transmisibles desde el mundo de los sonidos, salvo como punto ideológico de partida.
La escritura, actual e independiente, es brillante y tan contrastante en los colores como la distribución instrumental, lo que se advierte desde el comienzo por la separación extrema de las voces, y prosigue en un desarrollo rico en datos de todo orden, incluido el empleo de instrumentos o figuras sonoras tradicionales (chácaras, silbo de La Gomera, que tanto interesó a García Matos en sus investigaciones). Sin embargo, a su manera, el conjunto es abstracto y expresivo y mereció, a través de la versión de la formación vizcaína, los aplausos de la audiencia.
Tras una traducción sensible, dominadora y serena del Concierto en Do menor, nº 24 de Mozart, protagonizada por Elisabeth Leonskaja (Tiflis, 1945) con un estilo de marcadas señas de identidad al que la batuta se ciñó con propiedad, Mena llenó la segunda parte con la música del ballet El Príncipe de madera, de Bela Bártok. Con todo y resultar más adecuado este trabajo bartokiano, fue de gran interés oír la partitura íntegra del ballet, de tanta riqueza gestual y dramatismo sinfónico.
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