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Columna
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2004: ¿Un modelo equivocado?

Nunca segundas partes fueron buenas, sostiene un aserto por lo general difícil de desmentir. Y aunque sin duda existen algunas excepciones que confirman la regla (se suele citar, al respecto, la segunda parte de El Quijote), lo cierto es que lo que casi nunca suele dar resultado es la mera repetición de las fórmulas, por muy exitosas que puedan haber sido en primera instancia. Esta reflexión viene a cuento ante las crecientes voces de preocupación -hablar de alarma sería excesivo en una sociedad tan comedida como la nuestra- que rodean a este todavía difuso acontecimiento conocido como el Fòrum Universal de les Cultures, que se va a celebrar en Barcelona en el año 2004 y que es el fruto de una renovada apuesta municipal, tras los Juegos Olímpicos, por la organización de grandes eventos como catalizadores de más ambiciosas operaciones de renovación urbana.

En efecto, en 1992 se afirmó -afirmamos- hasta la saciedad que los Juegos Olímpicos no eran más que una afortunada excusa para la renovación de Barcelona, y que lo que realmente estaba en juego no era tanto la eficiente organización de un acontecimiento deportivo -que lo fue-, sino la oportunidad única que se le presentaba a la ciudad de recuperar su autoestima (tras la derrota de 1939 y las ominosas décadas que le siguieron), de recibir unas inversiones cuantiosas y por ello extraordinarias, y de emprender unas grandes operaciones urbanísticas que le permitían acabar de vertebrar su territorio mediante las cuatro áreas olímpicas (Montjuïc, Poblenou, Vall d'Hebron y Diagonal) y las nuevas rondas que las conectaban. El éxito político de una apuesta tan inteligentemente planteada como eficazmente llevada a término fue, sin duda, incontestable: había nacido el 'modelo Barcelona', aquella sabia combinación de orgullo cívico y de inversión pública y privada que, bajo el liderazgo del sector público local, había transformado la ciudad, sin una excesiva carga financiera.

El éxito fue tal, que incluso podía parecer propio de aguafiestas plantear algunos interrogantes, que sin contestarla, matizaran al menos la euforia reinante. Por ejemplo, ¿el año 1992 cambió la tendencia 'radial' de las inversiones del sector público español (esa tendencia que hizo prioritario el AVE Madrid-Sevilla, o la ampliación de Barajas a la de El Prat)?; ¿las inversiones destinadas a Barcelona 92 fueron mayores, y por consiguiente correctoras de esa tendencia 'radial', que las destinadas a otros proyectos en esos mismos años? En definitiva, ¿no llegó incluso a enmascarar 1992 la inexistencia de un modelo pactado y estable de financiación y de inversión estatal en Cataluña?

En cualquier caso, todo éxito implica su penitencia. Los juegos de 1992, y el discurso que entre todos sostuvimos entonces, tuvieron un efecto que, visto a la distancia del tiempo, fue contraproducente: me refiero a la idea, tan arraigada como inexacta, de que el crecimiento moderno de Barcelona sólo ha sido posible a batzegades, al socaire de grandes acontecimientos como los de 1888, 1929 y 1992. Por ello se inventó el llamado Fòrum 2004: había que seguir poniendo la zanahoria delante de un flaco rocín para que éste siguiera tirando del carro. El problema es que esta visión no sólo tiende a magnificar el alcance y el impacto de las dos grandes exposiciones, la de 1888 y la de 1929, sino también a ignorar que, nos guste o no (y no nos gusta), la gran transformación de la Barcelona moderna la hizo el porciolismo, con su nefasta combinación de desarrollismo económico y falta absoluta de participación ciudadana y de control democrático: la Barcelona actual la han configurado la alteración y densificación del Eixample, la construcción especulativa de los polígonos de viviendas de la periferia (como Bellvitge o Ciutat Meridiana), un insuficiente sistema de transporte público y un larguísimo etcétera de déficit que los sucesivos ayuntamientos democráticos y de izquierda han podido sólo paliar, pero que todavía pesan y seguirán pesando en el futuro de esta ciudad.

Así las cosas, lo que debería preocuparnos no es sólo cómo va a desarrollarse el Fòrum en sí, sino el propio hecho de seguir apostando por fórmulas como la del Fòrum como 'excusa' para la urbanización de un sector de la ciudad. Al respecto, sólo cabe recordar, por obvio, el ejemplo del Palau Nacional de Montjuïc: construido con piedra artificial y prácticamente sin cimientos para la exposición de 1929, todavía hoy es incapaz de albergar dignamente el conjunto de las colecciones del Museo de Arte de Cataluña, allí instalado desde 1941 (!). Apostar por la excepcionalidad puede tener sus beneficios, pero en el fondo sirve para perpetuar un modelo de financiación fundamentalmente injusto, aquel que se deriva de una persistente asimetría en la asignación de los recursos públicos por parte del Estado español. 'Entre tots l'alçarem', se nos dijo con la reconstrucción del Liceo. ¿Seguro?

Josep M. Muñoz es historiador

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