Joan Casellas, accionista
La primera vez que vi a Joan Casellas fue en una de esas fiestas de Nueva York donde todo el mundo invita a todo el mundo, nadie conoce a nadie y al final uno ya no sabe dónde está ni con quién termina la noche. En aquel tiempo, Casellas aún no se dedicaba a lo que ahora se dedica, pero creo que en su subconsciente ya llevaba la idea. Me explico. Cuando conocí a Casellas acababa de salir del hospital, llevaba el cuerpo medio escayolado y una máquina de fotos colgada del hombro; a pesar de su lamentable estado, su buen humor y optimismo no desmerecían del que siempre le acompaña. La fatalidad quiso que una noche en que Casellas regresaba a su casa de Queens -como siempre, con la cámara encima-, se le apareciera un individuo que le exigió el aparato. Él se negó en rotundo alegando que era su modus vivendi (lo cual era cierto), con lo que el chorizo le propinó una solemne paliza, lo dejó tendido en el suelo y se largó, naturalmente, con la susodicha cámara. Meses después Casellas dejaba Nueva York y se dedicaba al arte de la performance. Ahora es capaz de comerse una patata cruda, o los botones de su camisa, o de beberse ocho tazas de cafés seguidas delante de un público atónito. Es su trabajo, su vida y su manera de ganarse el sustento, que ya es mucho. Detrás hay un trabajo intelectual serio (de concepto, para hablar con propiedad) y los referentes, entre otros, de Joan Brossa y el grupo madrileño Zaj.
No es accionista dueño de acciones de bolsa, sino de otras que él se inventa en la sala Abaixadors Deu. ¿Qué tipo de acciones? Pasen y vean, señoras y señores
A Casellas los happenings le pillaron en su adolescencia y se lanzó a ellos sin remilgos. Fascinado por Brossa y Man Ray, a los 19 años expuso por primera vez sus Objectes en el Espai 10 de la Fundación Miró. Pasó por la escultura, la pintura y se dedicó profesionalmente a la fotografía (como forma de arte y por encargo: teatro, bodas, entrega de diplomas...). Desde 1989 publicó regularmente en Papers D'art y en todo tipo de revistas alternativas o universitarias y periódicos. Hasta que dio el salto y se fue a vivir a Nueva York, con su cámara, claro. Expuso pinturas y no dejó de hacer fotos. Cuando regresó a Barcelona, en 1991, encontró una ciudad receptiva con el arte paralelo: performances, arte en la calle... Conectó enseguida y se lanzó.
En su tarjeta de presentación está escrito: 'Joan Casellas, accionista'. Él lo aclara pronto. 'La palabra acción se conjuga muy mal. Pero a mí me gusta que se me confunda con un accionista de la bolsa. Prefiero esa vinculación extraña al mundo del arte que la palabra performer'. Su vida gira en torno a ese mundo. Da cursos, conferencias, escribe sobre el tema y cuando realiza sus acciones procura siempre cobrar -y cada vez a mejor precio-. 'Normalmente, no pasan 15 días sin que tenga una actuación en algún punto de España: Madrid, Zaragoza, Valencia...'. Sus acciones están extraídas de la vida cotidiana, pero sacadas de contexto resultan paradójicas. Dice que no hace nada espectacular, pero el otro miércoles, en la sala Abaixadors Deu, de Barcelona, se quedó con el público aguantando la respiración hasta que sonó un despertador de cocina plantado en su coronilla y más tarde liándose 30 metros de papel de plata en la cabeza. 'Ese se nos muere un día de estos', decía Francesc Garriga, estupefacto, sentado en mi mesa y fumando su sempiterna pipa.
Vint-i-una-accions son partes de una misma acción que resume el trabajo de estos últimos años. Con un traje blanco, sentado delante de una mesa con una grabadora, un micro, un vaso de agua y el programa que teníamos todos en nuestras mesas, Casellas fue hilvanando una serie de acciones que nos tuvieron encantados durante más de una hora y media. Cubrió un micrófono abierto con un rollo de cinta adhesiva, lo cual parecía como si alguien estuviera sorbiendo una sopa con gran deleite. Despedazó hoja por hoja un libro sobre el capitalismo después de la I Guerra Mundial, lo repartió entre todos y leímos nuestra hoja al unísono. Se paseó entre el público con un apio en la cabeza y pasando un porro a los concurrentes que quisieran probarlo. Desmembró una senyera y una bandera española y acabó convirtiéndola en republicana. Al principio, el público lo contemplaba todo con un silencio sepulcral, pero a la hora de tragarse los siete botones de su camisa empezó un cuchicheo que acabó en risas y comentarios en voz alta. Con la patata cruda hubo cara de estupefacción y cuando pegaba mordiscos al apio y a una cebolla tierna no podíamos evitar compadecer su estómago. Terminó exhausto. Al final, él mismo quedó sorprendido de tantos aplausos. Se los merecía. En el programa de Vint-i-una accions Casellas explica una historia bellísima y muy bien contada de una planta carnosa que se encontró al ocupar su estudio y a la que él no hacía el menor caso. Entre vaso y vaso de agua podían pasar meses; las ramas perdían sus hojas, parecía muerta, pero siempre acababa por resucitar y cuando la cambiaba de sitio organizaba sus mínimas energías para buscar la luz. Esa planta lenta, silenciosa, resistente y adaptable es para Casellas una referencia para desarrollar su trabajo de acción en los últimos 10 años. Creo que en Abaixadors Deu le echamos una buena dosis de agua.
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