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Columna
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Paholac

A Pere Pastor, cura de Vistavella, le gustaba la fiesta, sobretodo la carnal en el siglo XIV. En esta primavera valenciana avanzada, como todos los años, andamos también de fiesta. Entre el Carnaval y la Cuaresma, entre el jolgorio y el ayuno, entre la licencia sexual del monigote fallero y el rito penitencial de la alegre Romería de les Canyes. Mistificación contra el tedio cotidiano, y tradición más o menos histórica. Buena es la fiesta, sus paradojas, e incluso con sus tergiversaciones si, como el vino de Jorge Luis Borges, 'en la noche de júbilo o en la jornada adversa / exalta la alegría y mitiga el espanto'.

Otro tipo de mistificaciones carnavalescas, de liturgias políticas y tergiversaciones históricas, ajenas a lo festivo, no son sin embargo de recibo. El exarca de Unión Valenciana, José Mª Chiquillo, anda, por ejemplo, estos días con la máscara de un nacionalismo valenciano de esencias y raíces por tierra de infieles o impartibus infidelium como indica la Santa Madre Iglesia. El líder de la electoralmente decrépita Unión Valenciana, aprovechando el necesario debate sobre el Plan Hidrológico Nacional, observando con clarividencia que el sol sale por Torredolones, entra al trapo de los límites diocesanos que tenemos los valencianos del norte. Para Chiquillo, las comarcas castellonenses pertenecientes a la diócesis de Tortosa han de integrarse en la diócesis de Segorbe-Castellón por razones 'históricas, psicológicas (sic), territoriales, sociales y culturales'. Loado sea el Dios del Sinaí y la tergiversación carnavalesca de una máscara del nacionalismo.

La mascarada tiene lugar porque los límites diócesanos son la única circunscripción administrativa que sobrevivió en tierras hispanas al furor centralista y afrancesado del siglo XIX, que prendió la mecha del provincianismo estrecho. La diócesis de Tortosa existía ya en época visigoda cuando su obispo inviolato asistía a los concilios de Toledo. Los obispos de Tortosa estuvieron relacionados con las comarcas castellonenses antes que Jaume I conquistara Valencia, como explica muy bien el historiador Sánchez Adell; y la inmensa mayoría de los castellonenses fuímos confirmados hasta hace nada por los mitrados de Tortosa sin que ello supusiera peligro o preocupación alguna por nuestra identidad. Menguadas razones históricas manejan, pues, estos orates del nacionalismo carnavalesco.

Con respecto a esos argumentos sociales, culturales y psicológicos, deberían estos exarcas del nacionalismo impartibus infidelium, ojear las crónicas de las visitas pastorales del obispo Paholac a las comarcas castellonenses. Francesc de Paholac era de Morella y fue obispo de Tortosa en el siglo XIV. Las anécdotas humanas que rodean sus visitas a numerosos pueblos de la ahora provincia de Castellón, son una delicia. A los curas de Culla, Xodos, Cinctorres y Benassal les adornaba la pereza para tocar las campanas matinales, y les reprende su obispo; en Benicarló y en Cinctorres, además, los clérigos no atienden con la debida hospitalidad cristiana a los transeúntes; y en Vistavella a los pies del Penyagolosa, el pícaro párroco Pere despide a su concubina María quince días antes de que llegue el morellano obispo de Tortosa para evitar la regañina.

Deliciosos textos en latín, textos festivos que, bien mirado, ponen en entredicho las teorías del exarca Chiquillo y las mistificaciones de una política de carnaval.

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