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Crítica:FALLAS DE VALENCIA | LA LIDIA
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Un toro bravo, ¡ay!

Salió un toro bravo y pare

cía que había empezado la batalla de las Termópilas.

El toro bravo era pequeño. Chiquito pero matón. Le correspondió a El Califa en segundo lugar. Y El Califa se enteró de lo que vale un peine.

Tomaba cuerpo terrenal una vez más la anécdota famosa, mil veces narrada; la del principiante que le dice al maestro: 'Ojalá esta tarde me salga un toro bravo'. Y el maestro que le contesta: 'Si te sale un toro bravo, ay de ti'.

Y, efectivamente: ¡ay! Pues el toro bravo, cómo se las gastaba. De una tremenda arrancada llevó en vilo al caballo de picar desde la raya hasta las tablas, lo romaneó, a poco lo tira a base de meter los riñones, volvió a zarandearlo recrecido... Y, de ahí en adelante, no paraba de embestir; con seriedad temperamental e indomable codicia.

Luego no pasó nada. Claro que según se mire pues El Califa, aperreado durante toda la faena de muleta, al final le cortó al torito bravo capitán de la manada una oreja que le valió para salir a hombros por la puerta grande. O sea, como si hubiese culminado una memorable proeza. Pero ni proeza ni memorable...

La gente, cierto, gritaba ¡huy! cada vez que el toro se le arrancaba a todo motor, ¡ay! en cuanto estaba a punto de llevárselo por delante -que era casi siempre-, y al terminar las embarulladas tandas le aclamaba por su indudable valentía y por la alegría de verlo indemne.

La emoción fue constante en tanto que el toreo no se producía de ninguna de las maneras. El Califa era incapaz de dominar aquella embestida constante; de atemperarla con un mínimo recurso lidiador.

Los taurinos, a quienes los toros bravos no interesan y no quieren verlos ni en pintura, dirán que esta encastada menudencia de Santiago Domecq miraba mucho o atacaba tobillero.Excusas, claro, ya que de tener delante un torero con técnica y habilidad para aplicarla, se habrían producido las suertes del toreo armonizando el arte, la bravura y la nobleza.

Este torero cabal que se apunta no se encontraba presente en el ruedo valenciano. No lo fue El Califa en su toro anterior, bonancible e inválido, al que toreó con valentía haciendo alardes de aguante y reposo rayanos en la temeridad. Aunque no parecía necesario tanto y hubiese bastado con que aportara al toreo algún sentimiento artístico, lo que tampoco ocurrió.

Triunfador de puerta grande se alzó, asimismo, El Juli, aclamado aún con mayor entusiasmo que El Califa, sin que se sepa muy bien la razón. Este joven matador, de niño vibrante e imaginativo -de ahí su bien ganada fama- dio la sensación de que estaba vacío de ideas, le fallaba su reconocida capacidad para realizar con ajuste las suertes. Y lanceó torpemente, banderilleó empleando una vulgaridad espantosa, muleteó sin gracia ni hondura. Las faenas de El Juli transcurrieron mediocres y no consiguió cuajar un derechazo, un natural, un circular de esos que dio de espaldas; algo -en fin- que se aproximara al arte de torear y alegrara los corazones.

A los corazones de la afición se refiere el juicio, pues al público en general todo eso le daba lo mismo y bastaba con que concluyera las tandas El Juli -normalmente con el pase de pecho- para que se produjera en los tendidos el delirio.

El triunfalismo es lo único íntegro que queda en la fiesta. Lo demás va manga por hombro y a todo el mundo le trae sin cuidado. Manuel Caballero pegó pases malísimos frente a un toro noble y a un inválido de beatífica borreguez, y el estrepitoso fracaso no le va a rebajar el cartel que traía ni le impedirá torear en todas las ferias.

Mientras siga saliendo el sucedáneo de toro la fiesta seguirá siendo el puerto de arrebatacapas en que la han convertido unos cuantos. En cambio si volviera el toro bravo, al estilo del chiquito pero matón que hizo quinto, a lo mejor no había tantas puertas grandes y ponía a cada cual en su sitio. Por eso no sale, claro. Salvo imprevistos.

Forcados

En la octava corrida fallera, celebrada ayer por la mañana con un cuarto de entrada, destacaron los forcados de Aposento de Moita, con sus vibrantes pegas, informa Manuel Márquez.Se corrieron toros despuntados para rejoneo de Mariano Sanz, mansos, y uno de Jiménez Pasquau. Paulo Caetano, silencio. Luis Domecq, vuelta. Rui Fernández, aplausos. Caetano-Fernández, aplausos. Los hermanos Domecq, oreja.

Una revolera de El Califa al segundo toro de la tarde.
Una revolera de El Califa al segundo toro de la tarde.MÓNICA TORRES

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