Al Alavés no hay quien le pare
Estéril ejercicio del Rayo en un partido que nació marcado por el resultado de la ida
El Alavés jugará las semifinales. ¿Se dudaba, quizá? Más allá de las lícitas llamadas a la épica, a aquello de que en el fútbol todo es posible -seguro que sí, pero no en Vallecas- y a otros detalles que tienen más que ver con la psicología que con un balón, dos equipos, un campo y dos porterías, lo cierto es que ni el Rayo está para proezas ni el Alavés para estupideces. Vitoria está de fiesta, y no es para menos. Lo extraño es que no lleve de fiesta una semana, concretamente desde el instante en que el árbitro del partido de ida escribió en su acta que aquello había terminado 3-0.
Y que no se diga que el Alavés hizo ayer algo para merecer el aplauso. Los piropos los traía puestos de la ida. Asumiendo, como no podía ser de otra manera, que el fútbol se tomó ayer el día libre en Vallecas, cualquier juicio nace manoseado por lo ocurrido en el primer partido. El Rayo decidió que aquello había que encararlo al abordaje, más que nada porque si no está el equipo para el toque y la fantasía en cualquier partido de medio pelo, menos lo va a estar cuando de lo que se trata es de reducir a cenizas un 3-0. Y como sabido es que quien inventó eso del centro del campo no consultó con el Rayo, pues todo se redujo a un asfixiante, e inútil, ejercicio muscular de uno, el Rayo, y al saber hacer de otro, el Alavés, al que habitualmente no es fácil derribar ni a pedradas.
El Rayo vio claro, como tantas otras veces, que el camino más corto para llegar de un área a otra no pasa porque el balón se deslice por el césped -si tal nombre merece el musguillo que cubre Vallecas-, sino porque vuele lo más alto posible.
Y volando se pasó la pelota un buen rato, concretamente hasta que Contra, en un avance del Alavés, subió su banda y la puso abajo. Poca gente había para defender aquello, y el que allí estaba, Ballesteros, sorprendido tal vez porque la posibilidad de que el balón rodara por el suelo no venía prevista en tratado alguno, se comió el centro, que llegó a Jordi Cruyff. Resolvió éste como hacen los buenos y el Rayo se encontró, de sopetón, con que ya no era cuestión de marcar tres goles para seguir soñando. Era cuestión de marcar cinco.Así las cosas, el Alavés se dejó hacer. Que vuelan balones, que vuelen. Que hay que quitárselos de encima, pues de encima se quitan. ¿Cómo? Como sea. El Rayo se fue aún más arriba y lo intentó de todas las maneras habidas y por haber. Una aparición de Quevedo le dio el empate y siguió intentándolo con encomiable arrojo. El Alavés sintió aquellas andanadas como si de un molesto cosquilleo se tratara. Porque allí no había nada que negociar. Lo mismo le dio que en el inicio del segundo tiempo su rival acumulara tres ocasiones de magnífico aspecto. No acertó Quevedo, por culpa de Herrera, y menos aún Glaucio, que sacó dos disparos penosos que arriba se fueron.
Pero visto que el Alavés había hecho todos los deberes, antes incluso de subirse al autobús, pues el Rayo se envalentonó, siguió empujando, metiéndose en el área rival. Sin criterio, cierto, pero con un arrojo que seguramente satisface a los espíritus menos elitistas o a aquellos que, sin pasión, puedan reconocer que lo que está haciendo este equipo es el acabóse si se mira lo que tiene.
Llegó el penalti de Karmona a Bolic, que el árbitro vio más claro que el propio Bolic, y Luis marcó con habilidad. No lo hizo una vez, sino dos, pues Colombo, el juez del choque, decidió que debía repetirlo. Repitió el lanzamiento y repitió el gol. Diez miniutos restaban, pero nadie en Vallecas pensó que la historia tuviera otro final que el que tuvo.
Perdió el partido el Alavés, cierto, por primera vez desde que comenzó su histórica aventura europea. Renunció al balón, al fútbol, y optó por ser grande desde argumentos no demasiado estéticos, pero válidos. Ni un pero merece el conjunto de Mané, que hizo los deberes y que desde el primer instante le demostró a su rival que milagros, en Vallecas y con el Alavés por medio, los justos.
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.