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Columna
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En estado de obras

Muchas personas sostienen que Alicante es una ciudad encantadora, pero está demostrado que la mayoría de quienes formulan esta afirmación no suelen vivir habitualmente en ella. De residir permanentemente en la ciudad, la opinión de estas personas resultaría, quizá, más matizada. No es que Alicante carezca de atractivos, pero admitamos que las condiciones que impone para su disfrute resultan onerosas. Hace falta una cierta presencia de ánimo para vivir en Alicante. Para empezar, uno debe acostumbrarse a habitar en una ciudad sucia, ruidosa, una ciudad que desconoce los jardines y donde el tráfico resulta tan anárquico que el pobre viandante sobrevive en un continuo sobresalto. A todo ello, añadamos que Alicante es una ciudad en un estado de obras permanente, con todo lo que esto comporta.

Desde que el Partido Popular obtuviera la alcaldía, con una cómoda mayoría absoluta, la ciudad vive atrapada en el frenesí de las obras públicas, que se multiplican ante la excitación de los ciudadanos. Algunas de estas obras resultan imprescindibles y responden a necesidades formuladas reiteradamente por los alicantinos, por lo que estos las soportan conscientes de su utilidad. Otras, en cambio, podríamos decir que son de un carácter misterioso. Aparecieron un buen día sin que nadie supiera, a ciencia cierta, cuál era su función ni con qué objeto fueron programadas, y ahí siguen. Por último, existe un tipo de obra especial, singularísima, que tiene la propiedad de reproducirse de continuo. Una especie de obra eterna que padecen ciertos lugares de la ciudad que se han visto atacados por ella.

Esta situación tan peculiar ha llevado a algunos comerciantes a vivir en un estado próximo a la desesperación. Hoy en día, en Alicante, la apertura de un negocio ya no supone enfrentarse tan sólo a las dificultades comunes a estos asuntos. No basta con que usted consiga créditos, presente avales, cumplimente impresos y salve inspecciones. A todo ello debe añadirle la cuestión, siempre azarosa, de que el Ayuntamiento decida hacer obras en su calle. Si el Ayuntamiento -o quien quiera que gobierne su maquinaria infernal- decide acometer obras en la avenida que usted ha escogido para inaugurar su negocio, puede darse por perdido. Pasarán meses antes de que los clientes logren atravesar el umbral de su comercio y, para entonces, nada tendría de extraño que usted ya se hubiera arruinado.

Esta compleja situación ha producido un efecto curioso sobre una gran parte de los ciudadanos: cansados de reclamar inútilmente, muchos alicantinos han acabado por amoldarse a las circunstancias hasta adquirir un carácter franciscano. La transformación ha sido recibida con indudable júbilo por las autoridades, que así se han visto liberadas de la enojosa obligación de dar explicaciones sobre sus actos. De no dar explicaciones a reñir a los ciudadanos, sólo hay un paso. Y este paso lo dio días pasados el concejal Juan Zaragoza. Cuando los vecinos de la calle Primo de Rivera se atrevieron a reclamar porque, en los últimos dos años, les han levantado cuatro veces la calzada, Zaragoza les reprendió, cuestionó la buena fe de sus críticas y declaró a la prensa: 'Tienen mala intención los que se quejan, porque saben que hemos hecho todo lo posible por solucionarles los problemas'. Así están las cosas en esta ciudad. ¡Ándense con ojo!

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