Bienvenido, señor Gieco
Este individuo sale al escenario pertrechado con una canana en la que no hay cartuchos, sino armónicas. Es uno de esos rockeros tradicionales que se puede permitir el lujo de irrumpir él solo con su acústica y sus armónicas, y organizar un taco poderoso, contundente, duro y tierno, un espectáculo vibrante inundado de emociones. Las canciones de León Gieco son la historia universal de la ternura y la infamia. Además de exquisito guitarrista y cantante, Gieco es un sutil tocador de armónica, como san Bob Dylan, su patrón. Tiene pinta de guerrillero, pero los pelos de punta le dan un entrañable aire de Guillermo el Travieso. Tiene ya preparado un nuevo álbum, Bandidos rurales, que hace el número 21 de sus discos.
León Gieco
León Gieco, voz y guitarra. Galileo Galilei. Madrid, 27 de febrero.
Aunque parezca mentira, en España era inédito hasta ahora. Acaba de salir al mercado un compacto con algunos de sus temas más conocidos. Por lo que se vio en el concierto, a sala abarrotada, también aquí cuenta con iniciados en su obra, como Miguel Ríos, Ana Belén, Víctor Manuel, Alberto Cortez o el grupo Mestisay, todos ellos presentes en la velada. Lleva ya años siendo una gran figura en todo el mercado latinoamericano. En directo, y por lo que se comprueba en el disco editado, Gieco puede ser un bombazo entre el público español. La canción que abre el disco, Ojo con los Orozco, es un delirio fascinante de ritmo y sublimes despropósitos. En menos de cinco minutos, el artista consigue dar cumplida información de cada uno de los ocho hermanos de una familia francamente asilvestrada. Y todo ello eliminando del texto todas las vocales a excepción de la o.
Las palabras
El espectáculo comienza, precisamente, con el estupendo videoclip de esa canción, en el que participan importantes actores argentinos y el propio Gieco interpretando al inefable Rodolfo Orozco, el único presentable de todos los hermanos. Aunque tenía prevista una actuación de una hora, el artista se dejó azuzar y emborrachar por el público, y viceversa; total, que dio un concierto en regla, barroco, emotivo, solidario y viperino, porque este pibe sabe utilizar las palabras con doble y triple filo, como misiles, como terciopelo.
León Gieco tiene una afinación perfecta, tanto en la voz como en la guitarra. Maneja con fluidez muchos palos. Esa voz emite profundidad, sabiduría y un rictus de humor inapelable. Y su público se las sabía todas. Porque Gieco es venerado desde hace mucho tiempo por unos cuantos iniciados; allí estaban algunos de ellos, muchos de los cuales son personalidades de las artes y las letras. No es extraño, porque la semana pasada, en Berlín, se encontró con un tipo llamado Frank que había traducido todas sus canciones al alemán y que las cantaba en esa lengua. Y no era bochornoso.
Al margen de su tendencia a deslenguarse, nada hay que oponer a la admirable propuesta de Gieco. Es más, llega en un momento muy oportuno. El público busca algo nuevo y refrescante que llevarse a los jardines del alma. Sólo le pido a Dios, Los salieris de Charly, El fantasma de Canterville, Donde caen los sueños... Por todo ello, bienvenido, señor Gieco. Nosotros no somos como los Orozco.
Babelia
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