Amondarain
En la Sala Amárica de Vitoria se puede ver una exposición con las últimas obras del pintor donostiarra José Ramón Amondarain. Por sus trabajos corren numerosas variantes expresivas. Y es, tal vez, la diversidad la que consigue generar los más logrados atractivos en el cómputo general de la muestra. Sólo existe un pequeño inconveniente, cual es que esa diversidad permite descubrir al espectador un mayor número de influencias en las que Amondarain se apoya a la hora de crear.
Y así, en el medio centenar de obras-objetos, donde se representan los utensilios del pintor -en especial su paleta- y algunos de los residuos cotidianos ocasionales que pululan por los estudios de los pintores, no se puede eludir el recuerdo a las creaciones de los artistas llamados 'nuevos realistas'. Entre ellos figuran el rumano Daniel Spoerri y el francés Arman. Los dos elaboraron sus cuadros a través de la cultura del desecho. Sobre la técnica del combine painting tendían a la tridimensionalidad en torno a obras de arte realizadas a partir de fragmentos naturales o manufacturados. Mientras el rumano valora la topografía anecdótica del azar (pega y clava sobre una plancha de madera todo lo que encuentra sobre la mesa: platos con resto de comida, utensilios de pintura, lo que queda en los ceniceros,...), el francés ensamblaba los objetos no como valor esteticista, sino como expresión de cantidad, signo de nuestro tiempo.
Se designan esos dos antecedentes como motor de ese medio centenar de obras, sin que sea esto un desdoro para Amondarain. Lo único reprochable es que, por insuflar en algunas de esas creaciones determinados acentos hiperestéticos, al final los resultados quedan blandengues, rayando con el kitsch y no lejos de la prescindente cultura del bibelot.
Cuando nos muestra el pintor guipuzcoano la aplicación del arte del chorretón (la pintura que sale del tubo a raudales: materialidad y fisicidad en maridaje compulsivo), ahí se beneficia de las aportaciones provinientes de dos artistas de diferente signo. Por un lado, de la efusiva pintura de acción, que profesaba Jackson Pollock, y, de otro lado, de aquello que el francés César asignaba como esculturas suyas a determinados cubos de automóviles prensados. Esas dos aportaciones le sirven a Amondarain para sus propósitos. El gesto efusivo y violento de la pintura de acción llevado hasta el límite, en busca de la tridimensionalidad, lo que va a conseguir mediante la acumulación física por exceso de la materia. Obviamente, si los tubos de pintura a utilizar son los que se inscriben en el espectro pictórico, el abanico colorístico resultante no puede ser más vivo y fascinante. Todo color comporta una inherente fascinación, al menos para los artistas plásticos. En cuanto al condicionante de la acumulación, todo hace indicar que acabará por crear objetos que, insoslayablemente, están abocados a convertirse en materialidad prensada.
¿Dónde encontrar, entonces, al Amondarain más personal? Posiblemente cuando lleva a las dos dimensiones de los lienzos lo que sólo tiene cabida como realidad tridimensional. Las dos dimensiones parecen llegar a tres, gracias al desgarro vitalista del color y a la búsqueda exagerada de la representación de los volúmenes espaciales. Quiere decirse que al llevar al lienzo el pormenor de lo que hipotéticamente estuviera implícito en tres dimensiones, por mostrarlo agrandado, escueto, desgarrado y prensado, en nada echamos en falta la otra dimensión. Nos vale con lo representado, tanto por su fondo, como por su forma.
En relación a las influencias en los trasuntos de la estética, Ezra Pound aseguraba que eran muy pocos los auténticos innovadores con un mundo propio y personal acreditado a lo largo de la historia. Los demás -la inmensa mayoría- se inscriben como creadores bajo su condición de meros diluidores de lo ya creado.
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