El encierro de los invisibles
Los inmigrantes encerrados en iglesias de Barcelona cumplen 38 días de lucha para conseguir que les permitan quedarse en España
En un rincón del patio de Santa María del Pi hay un estanque con peces. Los llamativos colores y su relajado vaivén son el único aporte de sosiego en un patio que el último mes ha sido el principal escenario de la lucha de los inmigrantes indocumentados de Barcelona para conseguir su regularización. Después de 38 días de encierro, los más de 200 inmigrantes que se hacinan en las dependencias parroquiales de esta iglesia han convertido el patio de Santa María del Pi en un paraje similar a un campo de refugiados.
Unos inmensos plásticos cubren la mayor parte del patio. A un lado, unos fogones apoyados en el suelo cuecen el rancho que sólo comerán los primeros en llegar. En otro rincón, más plásticos ocultan una improvisada mezquita, escenario de las plegarias de la mayoría musulmana que ahora habita la iglesia.
Bajo el paraguas de las parroquias se ha consolidado un nuevo movimiento social
Cansancio, irritabilidad y desespero. Los resignados habitantes de la iglesia del Pi y de otros nueve templos de Barcelona ya han perdido la cuenta de los días que llevan encerrados y conforme pasa el tiempo sin resultados, las cosas se hacen más difíciles. Youssef, un marroquí de 32 años, considera el patio como un pequeño campo de experimentación social. 'Estamos demostrando que paquistaníes, bengalíes, marroquíes e indios podemos convivir juntos', dice. Sin embargo, las riñas y las peleas son ahora frecuentes, sobre todo en los momentos de más tensión entre los encerrados y el Gobierno. Y las muestras de solidaridad, que al principio llevaban a centenares de voluntarios a las puertas de estas iglesias, ya no son tan numerosas. El cansancio hace mella en todos.
Los inmigrantes y los miembros de la plataforma que les apoya también han tenido momentos tensos. Uno de los peores ocurrió hace unas semanas, cuando un sector de los encerrados manifestó su disconformidad con que las chicas de la plataforma de apoyo durmieran en la misma iglesia.
El párroco, Josep Maria Vidal, lamenta profundamente esta situación. 'Me sabe muy mal que vengan de lugares tan lejanos para acabar encerrados aquí. Además, esto es un recinto gótico y ya no hay más espacio disponible'. Pero las estrecheces físicas no han sido las únicas que han perjudicado los encierros. Algunos sectores de la Iglesia, junto a varios grupos de feligreses, han visto con displicencia que algunas de las parroquias más emblemáticas de la ciudad hayan sido ocupadas por musulmanes e hindúes. Josep Maria Vidal admite que ha habido 'algunas presiones', aunque afirma que no se les ha hecho 'ningún caso'. 'En la Iglesia, igual que en la sociedad, hay personas a quienes la inmigración les viene grande'.
De igual manera se pronuncia el párroco de la iglesia de Sant Agustí, donde se han encerrado 45 inmigrantes. Antoni Deulofeu explica que las críticas que más le han afectado han sido las procedentes de personas mayores. 'Me reprochan que me preocupo mucho de los inmigrantes y muy poco de ellas'. Mucho más radical es la secretaria de una de las iglesias de Ciutat Vella. 'Lo único que quiero es que se marchen, ya han extorsionado suficientes parroquias'.
Este sentimiento aflora a veces, aunque con matices, en algunos sectores del distrito de Ciutat Vella, uno de los más deprimidos de Barcelona. El párroco de Sant Agustí comprende el malestar: 'Estamos pidiendo tolerancia con los inmigrantes precisamente a quienes más difícil lo tienen'.
Los encerrados son conscientes de esta realidad y tratan de mantener una actitud respetuosa con los símbolos cristianos.
Una bocanada de aire fresco llegó oportunamente el jueves, cuando 2.500 estudiantes bajaron de las facultades para solidarizarse con los encerrados, cuya fuerza languidecía en unas negociaciones interminables con la Delegación del Gobierno.
Lo cierto es que bajo el paraguas de las parroquias se ha consolidado un nuevo movimiento social que agrupa a inmigrantes, entidades eclesiásticas y jóvenes antisistema. Estos últimos, okupas, antimilitaristas y contrarios a la globalización, han representado el principal apoyo logístico de los encerrados. La experiencia de estos jóvenes en protestas de todo tipo ha servido a los sin papeles para conseguir más notoriedad. Sin embargo, también ha enturbiado sus relaciones con el Gobierno, que mira con gran desconfianza a estos colectivos.
Miren Santiago, una joven militante del movimiento antiglobalización, responde a este perfil. Ella ha sido la encargada del improvisado servicio de prensa de los encierros, tarea que ya desempeñó durante la cumbre de los grupos antiglobalización celebrada en Praga el pasado otoño. Sin embargo, ella asegura no militar en ninguna organización: 'Estoy aquí a título individual, para ayudar en lo que sea y sin afán de notoriedad'.
El trabajo de esta chica, como el de los voluntarios de las parroquias, está llegando a su fin. Por lo menos así lo creen los abogados que están negociando el cese de los encierros. Si se alcanza un acuerdo con el Gobierno, deberán abandonar las iglesias. En este momento empezará un nuevo drama. ¿Qué hacer con las decenas de inmigrantes que no tienen dónde alojarse? Si consiguen la regularización podrán trabajar y comenzar una nueva vida. Si no, volverán a la calle, derrotados y sin papeles
Después de 38 días de protesta, los encerrados se enfrentan ahora a otro problema importante: el olvido por parte de la población. El fragor mediático de las primeras semanas se fue apagando lentamente y los programas televisivos les dedican ya mucho menos espacio que al principio. Pero esto no ha desmoralizado a los encerrados, que sacan fuerzas del amplio apoyo social que continúan teniendo.
Sin embargo, el apagón mediático ha menguado las donaciones de todo tipo que llegaban los primeros días. Pocos ciudadanos se acercan ahora a traer comida y ropa. Lola Delgado, una voluntaria que actúa como responsable de logística, ha diseñado un plan de ahorro para llenar la cesta de la compra. Su objetivo es alimentar a los más de 200 inmigrantes encerrados en de Santa Maria del Pi con 40.000 pesetas al día.
Además de la comida que compran, los inmigrantes también continúan recibiendo algunos donativos, sobre todo de los dueños de colmados, quienes les traen productos antes de que caduquen. También se benefician del banco de alimentos de Cáritas, cuyos responsables aportan lo que pueden para que los encerrados coman.
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