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Columna
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Progreso y golf

Cuando se evoca el pasado de nuestro entorno valenciano, las imágenes se rodean de un tinte romántico o emocional. Recordamos plácidos paisajes de nuestra infancia y los soñamos como idílicos: la charca en el barranco de corriente estacional en donde paliábamos las primeras calores de junio al salir de la escuela; los humedales costeros repletos de agua otoñal, y la higiene personal en la acequia en la que todavía no flotaban plásticos ni porquerías. Es la lejanía de cuanto se recuerda, porque luego llegaron los plásticos y el progreso medido, casi con exclusividad, en términos materialistas. Fue el progreso que puede enriquecer, en mayor o menor medida, a muchos y empobrecer lo que es de todos: el entorno. Esta franja mediterránea y valenciana es hoy una sombra de lo que era hace cuarenta o cincuenta años.

Por eso uno entiende esa carga emocional que acompaña casi siempre las reivindicaciones ecologistas o conservacionistas. El ecologismo y el conservacionismo, bien que difuminado políticamente, es una realidad entre nosotros. Como realidad siguen siendo esos equipos económicos del desarrollismo sin control que no distinguen un trozo de tierra y un trozo de hormigón; que no distinguen el valor antierosivo de un bancal en la ladera de un cerro valenciano y el valor del agua en un campo de golf.

Entre lo emotivo del entorno y el desarrollismo se podría dibujar un modelo de desarrollo económico equilibrado; un modelo que deje de aterrar humedales y que evite que desaparezca la Albufereta de Oropesa, que algunos ya dan por inexistente; un modelo que cuidase el agua dulce y no ignorase las sencillas lecciones que aprendieron nuestros abuelos durante siglos de experiencia. No es así, pero podría serlo.

Ahora mismo, y en el ámbito de lo concreto y turístico, la derecha provincial y provincianista valenciana de Castellón, propugna, defiende e impulsa un modelo de desarrollo económico-turístico que tiene su espejo en Marbella. Lo podría tener en Benidorm o en los rascacielos de Cullera, tanto da. Ese desarrollo, por doquier, supone desecar humedales y romper el frágil equilibrio en las necesidades y uso del agua dulce. Supone, además, el mal gusto en la línea de la costa.

Por fortuna, en Castellón también hay otras veredas por donde podría avanzar el desarrollo económico, distintas a las que propugna y defiende Carlos Fabra. En la misma provincial Diputación, el portavoz del Bloc, Toni Porcar, y el portavoz del PSPV, Enric Navarro, las señalan. El moderado nacionalista Porcar ha indicado que en Castellón no nos podemos dedicar sólo al monocultivo de sol y playa como en Marbella, que 'se puede construir un modelo armonioso con una oferta de sol y playa, con incentivos culturales y patrimoniales, con pinturas en la Valltorta y parajes naturales'. El sensato socialdemócrata Navarro insistió, por su parte, en que en el proyecto turístico del PSPV no figura nada similar al modelo de Marbella, y añadió que 'Castellón no se puede permitir lujos como tener 18 campos de golf y al mismo tiempo reclamar la solidaridad intercuencas por medio del trasvase del Ebro'. Otras formas de turismo, otras formas de desarrollo económico compatible con otras formas de vida, o nos quedaremos con lo puramente emotivo en el recuerdo.

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