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Columna
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Golpe

Cuando el general Armada se postulaba ante el rey Juan Carlos como presidente de un Gobierno de concentración para resolver el 'vacío de poder' la noche estaba muy avanzada. La irritación del teniente coronel Antonio Tejero, que mantenía a los diputados bajo arresto ante un puñado de guardias civiles, crecía al constatar que le habían utilizado. Lo suyo era un golpe de Estado 'duro' para acabar con el 'marxismo' y el 'separatismo' e instaurar un régimen militar. Sin embargo, los estrategas de la intentona habían diseñado un golpe 'blando', que debía involucrar a la Corona y hacer que los partidos políticos se tragaran los hechos consumados. La referencia de Tejero era Jaime Milans del Bosch, el capitán general que había jugado a todas las barajas golpistas y que movilizó a sus tropas en Valencia, marcando el camino al resto de generales. Armada, Tejero, Milans y sus cómplices querían acabar con la democracia. No lo lograron. A alguien se le olvidó cortar las líneas telefónicas del palacio de la Zarzuela, lo que permitió que el Rey moviera sus fichas entre los mandos del Ejército para que las marcas de los carros de combate quedaran sólo impresas en el asfalto de las calles de Valencia; en ninguna ciudad más. De eso hará el viernes 20 años. Mañana, en el edificio de la Nau, de la Universidad de Valencia, una exposición revisará aquellos hechos a partir del material informativo disponible. La organiza, junto con dos mesas redondas, la Unió de Periodistes Valencians, entidad heredera de aquella que redactó en 1981 un informe sobre el 23-F donde se denunciaba la falta de interés de las autoridades policiales y judiciales por desentrañar 'la trama civil del golpismo' y se alertaba de la existencia de 'una red golpista dispuesta a volver a actuar en cualquier momento contra el sistema democrático'. El alivio de que la premonición de entonces no se haya cumplido permite afrontar dos décadas después con una curiosidad meláncolica, casi historicista, las incógnitas y las complicidades que no se han aclarado de aquella larga noche en la que dicen que el Rey respondió a las pretensiones del general Armada con una ocurrencia demoledora: '¿Has bebido, Alfonso?'.

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