Chupa-Chups vende chicles en un perro robot
Crazy Planet, su filial en confitería interactiva, aporta el 15% de la facturación del grupo
Los caramelos han perdido encanto. El placer de juguetear con el envoltorio crujiente y saborear el dulce durante largos minutos ya no basta para satisfacer el deseo de los más pequeños consumidores. O al menos es lo que creen en Crazy Planet, la marca del grupo Chupa-Chups que hace dos años se lanzó a la aventura del novelty candy, también conocido como confitería interactiva o con valor añadido. Un mercado a medio camino entre los caramelos y los juguetes.
El objetivo es ofrecer un elemento que acompañe al dulce, que perdure después de que éste sea consumido y que en muchos casos pueda ser más el motor de compra que el dulce en sí. La última novedad de Crazy Planet es Robodog, un perro robotizado con un compartimiento secreto que contiene chicles. Un juguete de plástico metalizado provisto de un sensor que le otorga funciones interactivas, como andar, mover la cola, ladrar o iluminar sus ojos, en respuesta a incitaciones y movimientos del niño que juega con él.
'En los estudios de mercado previos vimos claramente que la tendencia que se impone son los juguetes robóticos, electrónicos, quizá como resultado de la arrolladora implantación de las consolas de GameBoy entre nuestra población más joven', explica Alain Rauh, director de marketing del grupo Chupa-Chups. 'El primer perro robot apareció en el mercado hace poco más de un año, fabricado por Sony y con un precio de venta al público muy alto. En las pasadas navidades, este tipo de juguetes, en todos los niveles de funcionalidad y sofisticación, fue un fenómeno de ventas', agrega. El precio del Robodog oscilará entre 1.500 y 2.000 pesetas.
La apuesta comercial por este sector es firme: de su primer gran producto, Gum Watch, un reloj con compartimiento secreto para chicles lanzado hace dos años, lleva vendidos 32 millones de unidades en todo el mundo.
Conscientes de que los niños son de fácil seducción, pero también de fácil aburrimiento, en Crazy Planet impera la inmediatez y flexibilidad a la hora de diseñar y producir sus productos. Esta sumisión a las modas ha forzado a Crazy Planet a estructurarse como una empresa con un gran nivel de externalización y una estructura propia muy ligera que comparte servicios con el grupo matriz. 'Tenemos equipos de diseñadores e inventores repartidos por todo el mundo'. La fabricación de estos juguetes se hace, en su mayor parte, en la República Popular China.
La sumisión a la moda hace que los objetivos de ventas se fijen a muy corto plazo: en el caso de Robodog, y atendiendo a su precio superior al de Gum Watch, la intención es colocar entre dos y tres millones de unidades a lo largo de este año en todo el mundo.
'Para el año que viene lanzaremos otra novedad', anuncia el responsable de marketing de Chupa-Chups. 'Este negocio funciona igual que las colecciones de ropa, cambiando de una temporada para otra'.
En sus poco más de dos años de vida, Crazy Planet ha demostrado que la confitería interactiva es un mercado real y con posibilidades: facturó 11.600 millones de pesetas en 2000 (un 23% más que en el año anterior) y representa ya un 15% del negocio del grupo Chupa-Chups (75.000 millones).
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