_
_
_
_
Crítica:ZARZUELA | 'EL HIJO FINGIDO'
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

En estuche de lujo

El 5 de diciembre de 1964 se estrenaba en La Zarzuela, con dirección musical de Odón Alonso y escénica de Luis Escobar, El hijo fingido, de Joaquín Rodrigo. Vuelve ahora, con ocasión del centenario del autor del Concierto de Aranjuez, envuelta en las galas de una producción que se diría excesiva para la propuesta estrictamente musical de la pieza si no acabara por ser, en realidad, su verdadero sostén escénico. Es como cuando alguien nos hace un regalo que sabe que seguramente nos guste pero que no llegará a entusiasmarnos y, para que nos parezca mejor, nos lo entrega en un estuche de lujo.

El trabajo del escenógrafo Joaquín Roy, el figurinista Javier Artiñano -extraordinario trabajo el suyo- y el director de escena Gerardo Malla ha consistido, en esta reposición de la no demasiado recordada obra, en eso, en envolver con todo lujo una pieza musical, una zarzuela, debiéramos decir moderna, cuyo armazón presenta hoy, como seguramente también el primer día, síntomas ciertos de debilidad. Ellos se han quedado, sin duda, con el trozo más sabroso del pastel.

Jesús María de Arozamena y Victoria Kamhi, los autores del libreto, usan como pretexto, y más que eso, un par de comedias de Lope de Vega -¿De cuando acá nos vino? y Los ramilletes de Madrid- que nos sitúan en el siglo XVII, con soldados de Flandes convertidos en pícaros de ocasión y un par de casaderas madrileñas, madre e hija, que rivalizan por uno de ellos, como protagonistas de un asunto tratado con respeto pero sin demasiada gracia.

Personalidad intransferible

La presencia de un músico como Rodrigo se advierte, qué duda cabe, en la personalidad intransferible de sus números musicales, muchos traídos de esa revisión culta de lo popular de la que tanto de su creación participa. Es la música esperable, previsible podría decirse sin tono peyorativo alguno, en quien se movía como pez en el agua en la evocación, llena de una brillantez hecha al mismo tiempo de inspiración y de oficio, de ese universo a la vez atrayente y perdido.

El interés de El hijo fingido reside hoy en esa buena mano de Rodrigo para hacer lo que sabía mucho más que en lo que sucede en una escena de la que desaparece mucha de la vitalidad que se le supone a la zarzuela como género. En ese aspecto, la del músico de Sagunto no representa paso adelante alguno, tampoco en el conjunto de su producción, si se tiene en cuenta la fecha de su estreno. Me temo que tras su reposición vendrá de nuevo el olvido, riesgo a correr por todo lo que para saber si va al limbo hay que resucitar primero.

Difícil sutileza

El trabajo de cantantes y actores tuvo el mérito de la entrega. Entre los primeros hay que destacar a Josep-Miquel Ramón -flojo en las partes habladas, pero que da estupendamente el tipo entre simplón y buenazo del protagonista- y Eneida García y María Rodríguez -mucho mejores en el verso- como Doña Bárbara y Angela, la madre y la hija rivales en el amor.

Bien el cuerpo de baile y el coro del teatro e irregular una orquesta de la que Miguel Roa extrajo buenas cosas pero a la que le faltó la difícil sutileza que pide Rodrigo en momentos como el hermoso preludio del segundo acto.

El público lo pasó muy bien, se rió con algún gesto de veteranía, eficaz pero manido, de Fernando Conde y Sonsoles Benedicto y aplaudió mucho al final.

Toda la cultura que va contigo te espera aquí.
Suscríbete

Babelia

Las novedades literarias analizadas por los mejores críticos en nuestro boletín semanal
RECÍBELO

Suscríbete para seguir leyendo

Lee sin límites
_

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_