Fantasías
En enero fue imposible no creer en los Reyes Magos. Estaban por doquier, todos distintos, todos iguales. El número de Reyes Magos era tan elevado que sólo un loco habría negado su existencia. Ellos fueron, durante unos días, la realidad más indudable en un mundo sin certezas. Sin embargo, esa realidad era ficticia y obedecía a un curioso artificio. Empeñados, los adultos, en que los niños crean en los Reyes Magos, y persuadidos, ellos, de no creer en los Reyes Magos, traen al mundo infinitos Reyes Magos vivos. La ficción mueve miles de millones de pesetas, crea empleos, llena de mercancías los hogares y de imágenes la TV. Y aunque es evidente que sólo se trata de una tradición poética, los intereses que produce justifican el engaño generalizado.
Del gigantesco movimiento de capitales y mercancías, nadie puede escapar. Los padres que advirtieran a sus hijos sobre tan colosal explotación serían detestados por los padres con intereses y por los hijos con ilusiones. Se convertirían en malos ciudadanos y enemigos de la inocencia. Los niños, a la vista de las chifladuras que trae consigo la alucinación colectiva creada por los incrédulos, pierden la fe. Pero cuando son adultos se ven obligados a mantener la realidad alucinada, a menos que decidan convertirse en traidores. Para evitar la marginación utilizan a sus propios hijos para perpetuar la ficción. Así que los únicos que creen de verdad en los Reyes Magos son los incrédulos. Sin ellos, no habría Reyes.
Mientras la fantasía son los Reyes Magos, no hay de qué alarmarse. Pero el mismo mecanismo actúa también en la creación de realidades alucinadas más amenazadoras y terribles. El filósofo esloveno Slavoj Zizek, por ejemplo, lo esgrime para exponer las carnicerías del último conflicto balcánico (El acoso de las fantasías), cuando cada Rey (Mago) enarboló su bandera. En tiempos tranquilos, los múltiples Reyes Magos conviven entre sí. En tiempos turbulentos, los Reyes Magos montan sus Parabellum y disparan contra los Reyes Magos de la competencia. Los niños descubren entonces lo que ocultaba la inocente campechanía de los Reyes Magos. En consecuencia, también ellos se disfrazan de Rey Mago y montan sus Parabellum.
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