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Columna
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La trituradora

No respeta nada. Devora almas y convierte en muñecos a todos los que no pueden defenderse de ella. Pedro Carrasco fue un personaje devorado por la trituradora que también lo ha 'picado' en ese último y sagrado momento del máximo dolor de quienes le querían. Ya casi nadie tiene derecho a la intimidad, la trituradora ha acabado con ella. Es terrible que algo nos duela tanto que tengamos alguna vez que llorar en público, pero es absolutamente desalmado que alguien aproveche la debilidad en la que el dolor deja a las personas, para hurgar en sus lágrimas. La trituradora hurga, es una de las mejores utilidades que quienes la controlan han decidido que tenga. Pedro Carrasco fue boxeador. Ni me gusta, ni entiendo, ni comprendo ese deporte, pero Pedro Carrasco fue campeón del mundo de ese deporte, tan literario por otra parte, tan cinematográfico, tan duro y tan rodeado de leyenda... Fue un campeón y, sin embargo, ha tenido que llegar ese último momento para que se recuerde esa condición que le había robado la trituradora. Seguro que leyendo esto va a haber quien discuta su 'inocencia'. Si estaba ahí era porque quería. Ya sí, seguro.. Pero seguro también que la primera vez había alguien esperando. Y le robó la dignidad a un hombre que supo burlarse del destino, ganándole a la vida por el tesón, la inteligencia y los puños, lo que ella le negó por nacimiento. Andaluz del Alosno, niño emigrante en Brasil, donde aprendió a boxear para hacerse más tarde profesional en Italia y llegar a ser campeón del mundo, hombre bueno y con una dosis de dignidad muy superior a la de muchos de los que viven de romper famas ciertas y crear famas absurdas, se lo robó todo la trituradora y quienes se alimentan de lo que 'pica'. Dicen algunos que la culpa de lo mala que es la trituradora es de quienes la hacen. No sólo. Yo, usted que me lee, todos, consumiendo lo que nos echa, hacemos crecer al monstruo que, aunque no nos lo creamos, nos devora también, nos roba la voluntad y nos convierte en enajenados rientes de las miserias ajenas, mientras el silencio devora a la inteligencia en nuestra sala de estar. A esa trituradora se empeñan en seguir llamándola televisión. Estoy segura de que la televisión es otra cosa.

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