_
_
_
_
Reportaje:ATLETISMO

Lamela aprende a ser paciente

El saltador asturiano se prepara en Madrid para volver al nivel que le hizo estrella en 1999

Carlos Arribas

Rastros de un esguince en un tobillo, los isquiotibiales tocados, el cuerpo se empeña en recordarle a Yago Lamela todos los días el tormento que pasó en 2000. La temporada del fracaso olímpico, el año en que se frenó la progresión que le conducía hacia el infinito, el de las lesiones encadenadas, el de la ruptura con su entorno. El año de las grandes decisiones.

'Un año que no ha existido', dice Lamela. El saltador de longitud asturiano está sentado en un banquillo del módulo de atletismo del INEF, Madrid, Ciudad Universitaria. El pie derecho, el pie con el que no bate, lo tiene metido en un cubo de salida, el de la calle 6, invertido y lleno de hielo y agua, una mezcla helada. Es el tratamiento que sigue todos los días después de la sesión de entrenamiento para cuidar su tobillo. 'Una patata de año'.

Para olvidarlo, Lamela rompió con Asturias y rompió con Juanjo Azpeitia, su entrenador de toda la vida. Se fue a la capital, a Madrid, a trabajar con otro técnico, con Juan Carlos Álvarez. 'A vivir una vida más anónima'. A viajar en autobús desde la casa de su hermana, donde vive, por Príncipe Pío, hasta el INEF. 'Y estoy tan a gusto que estoy buscando un piso que comprarme por esa zona. En Asturias, al final, todo fueron malos rollo. Había mal rollo con la gente, con los atletas de allá, también con el entrenador al final, y decidí romper con todo aquello y ser uno más en Madrid. Y no me cuesta moverme. Me adapto enseguida a todo. Ya de pequeño me llamaban veleta por lo que me movía. Y no me costó tampoco ningún trabajo irme a vivir a Iowa a los 19 años'.

La teoría la tiene bien clara Lamela, de 23 años. Se trata de atrapar la línea del tiempo allá donde se interrumpió, en aquella tarde del 3 de septiembre de 1999, en Bruselas, el viernes siguiente a su tarde más gloriosa, la de la medalla de plata en los Campeonatos del Mundo de Sevilla. Aquel día de agosto culminaba el año mágico del joven más prometedor del atletismo español.

El año había comenzado en forma de llamada sorprendente desde Japón una fría mañana de marzo. Un cable inesperado: Lamela, subcampeón del mundo de pista cubierta con un salto de 8,56 metros. Aquel día empezó a desbordarse la imaginación de todos los amantes del atletismo que veían en su salto el advenimiento de un mesías para el deporte español. Las prospectivas se dispararon. No había límites: 8,70; 8,80; 8,90; cualquier distancia le parecía permitida. Era un sueño en el que sólo había un elemento perturbador, Iván Pedroso, el cubano que, llegado el último salto, siempre le adelantaba. Le ganó en Maebashi y luego le ganó en Sevilla. Pero era un límite superable. La juventud era la gran aliada de Lamela. Hasta que se rompió en Bruselas. La primera lesión que le iba a marcar en 2000.

El origen de todos sus males.

Un año, 2000, de una presión agobiante. 'Lamela no pudo negarse a participar en Sydney. Tuvo el valor de ir, aun sabiendo que no iba a estar a su nivel. Y no como otros, que renunciaron antes de fracasar', le disculpa Álvarez. Lamela no pudo saltar más que 7,89 metros: 'Y tuve que ver la final por televisión. Fue increíble. Se respiraba el ambiente que viví en Sevilla. El local, Taurima, y Pedroso. Y, como ya lo sabíamos todos, al final ganó Pedroso'. Lo peor le esperaba en casa. Lamela desapareció. No volvió a saltar. Se sintió asfixiado y decidió huir. Cambió Avilés por Madrid. Cambió a Azpeitia, el fuego, un técnico casi místico, por Álvarez, el hielo, un computer humano. El año 2000 no ha existido, se repiten todavía a comienzos de 2001; 2000 no ha existido.

La teoría es sencilla, sí. La práctica es bastante más complicada. 'En estos momentos todo es cuestión de paciencia', repite Álvarez; 'es lo más duro, lo más difícil. Saber ser paciente. Confiar en que los rastros de las lesiones desaparecerán, saber que hay que esperar, que cuando junte todos los elementos, cuando se unan otra vez la fuerza y la velocidade, y los isquiotibiales dejen de molestarle, que cuando salga el potencial, el resultado está garantizado'. Pero pedirle paciencia a Lamela es como pedirle a un torrente que se detenga. Una tarea de titanes.

Lamela corre por el módulo del INEF. Es una tarde de invierno en Madrid. Ese día toca saltar, pero el asturiano no tiene feeling, no se encuentra a gusto, no tiene chispa. Corre, suena la chapa cuando bate, cae sin fuerzas apenas. Luego, disciplinado, agarra el rastrillo y alisa la arena del foso: los hoyos son peligrosos para los tobillos. En un lateral, Álvarez no desespera. 'Apenas hemos cambiado los entrenamientos', explica. 'No tiene sentido hacerlo a mitad del invierno, porque si lo hacemos y las cosas van mal nunca sabremos si es por la nueva técnica o porque lo que hacía antes era erróneo'.

Las manos en los bolsillos, Álvarez señala inmediatamente el error al saltador. También se pone detrás de una cámara de vídeo. Graba el salto y luego lo analiza con Lamela. 'Tiene que mejorar la coordinación aérea, el movimiento de brazos y piernas en el aire', explica; 'tiene demasiada prisa y salta atropellado, como si quisiera hacerlo todo a la vez. Se empeña en hacer todos los movimientos al momento y entonces los acaba enseguida y cae como un saco cuando los tiene que espaciar, hacerlos más despacio y estar más tiempo en el aire. Todo es cuestión de ritmo. Y ese ritmo llegará'. Y Lamela, optimista: 'No dudo de que volveré a saltar como antes'.

Termina la sesión. Es un día excepcional. Lamela saca el pie del hielo y más calmo se va. En un banco le esperan su hermana y sus padres. Todos juntos se van a ver pisos en Madrid. Su nueva vida comienza.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Carlos Arribas
Periodista de EL PAÍS desde 1990. Cubre regularmente los Juegos Olímpicos, las principales competiciones de ciclismo y atletismo y las noticias de dopaje.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_