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Hágase empresario

Ahora se lleva mucho el autoempleo. Lo fomentan nuestras universidades, incluso con modestas aportaciones económicas, que las pobres no están para grandes alegrías en este aspecto. La universidad es la base, los cimientos, pero en este país la casa sigue empezándose por el tejado. Así ocurren cosas que antaño se llamaban de peón caminero. Cuando tengamos AVE a Madrid, es muy probable que ya no haga falta.

También los grandes partidos políticos quieren que nuestra juventud sea un vivero de empresarios. A esto lo llaman participación activa en la sociedad, en la estela de Blair; si bien las estelas de este señor son surcos en el agua, cosa de la que los británicos se están dando cuenta. Blair ya no habla de terceras vías, si bien todavía se extasía ante el ideal de una sociedad de emprendedores. Como el mismísimo Felipe González, según el cual, en España estamos creando individuos pasivos. Económicamente pasivos, para ser más exactos. Al parecer eso es funesto en el mundo que nos está cayendo encima. Por eso, el ex presidente del Gobierno aboga por el fomento de la creatividad. 'La sociedad española está siendo educada para la pasividad y el único lema que se entiende es abajo el que suba'. Hay que ponerles alas, no zancadillas, a los capaces de algo más que un vuelo rasante.

A mí me inspira serias dudas el nuevo evangelio, el de la creatividad. Ésta se tiene o no se tiene. Por supuesto, en el mundo de las artes y las letras, así es. 'Tenemos Academias de Pintura y de Música', se lamentaba Carlyle a mediados del siglo pasado, 'pero no un Mozart ni un Rubens'. Y eso que la aventura literaria y artística es algo muy personal y puede emprenderla uno en sus ratos libres. Sacar la creatividad empresarial de donde no la hay es igualmente estéril y poco saludable para la sociedad. Se me dirá que no se trata de crear la creatividad, sino sólo de despertarla. Bien, yo creo que el talento creador es consciente de sí mismo y no necesita despertador. En realidad, el estímulo puede suscitar falsas esperanzas en quienes carecen de razones para tenerlas. Y no se inventan ideas para otro, siendo así que aún inventándolas para uno mismo, el éxito no está ni mucho menos asegurado. Pues la idea es sólo el principio. Richard Sennett escribió no hace mucho lo siguiente: 'De la América de Rockefeller, en la que cualquiera podía llegar a ser millonario, se ha pasado a la ilusión de que todos podemos ser emprendedores si nos arriesgamos. Mentira. En los últimos diez años, el 93% de las nuevas empresas creadas en Estados Unidos han fracasado antes de los tres años'. (No se refiere a las tecnológicas). Eso, apostillo yo, en Estados Unidos, donde los trámites para crear una empresa se resuelven en pocos días y los créditos son fáciles y baratos. En España, échele usted cosa de un año, tiempo suficiente para fallecer de inanición, de cansancio y de desánimo. En cuanto a las ayudas económicas de universidades y otras entidades, son lo que pueden ser, bien poca cosa.

Yo me pregunto, además, si la nueva economía es propicia a que salgan emprendedores de las universidades, más allá de la creación de una granja de caracoles y cosillas así. Las empresas tienden a la concentración y la universidad, a su vez, tenderá cada vez más a la formación de profesionales. Los emprendedores, me imagino, esperarán a tener años de experiencia en uno o más puestos de trabajo antes de arriesgarse a constituir su propia empresa. Ganarán tiempo y dinero si la universidad apresura su adaptación a las necesidades del mercado laboral, algo de lo que todavía se está lejos.

Lo que sí es cierto, porque todo apunta en esa dirección, es que nuestro estudiante universitario no aspira a ser un self made man en el sentido más riguroso del término. En seis años, los alumnos de todas las universidades valencianas juntas, crearon 125 empresas (Datos de noviembre pasado, EL PAÍS). Sólo el 1,4% de los universitarios alicantinos se planteaban la posibilidad de crear una empresa. Ese techo, en Alicante, en toda la Comunidad Valenciana y en el resto de España, algo ha subido, pero me barrunto que no por conversiones paulinas, sino, por ejemplo y entre otras razones, porque el mercado laboral español invita a los licenciados a la fuga; y son muchos quienes lo intentarán todo antes que abandonar las tierras de Viriato. Odio el tópico, pero la experiencia apunta a que el producto humano ibérico es fieramente doméstico.

La creatividad se está convirtiendo en uno de los pilares sobre los que se sustenta la nueva mística laboral. Los emprendedores se aprestan a escalar la cumbre de la pirámide meritocrática. Igualdad de oportunidades, iniciativa propia, espíritu emprendedor, el trabajo (de los elegidos) como eje de la existencia... Cuán lejos de las prédicas de un Aldous Huxley, según el cual había que hacer de la jornada laboral un paréntesis a olvidar diariamente; y pagado ese pesado tributo, olvidarse hasta el inicio de la jornada siguiente. Acordémonos de Diderot, como hace el mencionado Richard Sennett. Diderot fue más consolador que Huxley, al menos en cierto sentido. La rutina del trabajo genera estabilidad, permite planificar la vida hasta el final, genera lealtad a un proyecto común, crea profundas relaciones humanas incluso en el puesto de trabajo. Sobre todo, permite la reacción organizada y el movimiento político coherente.

No acierto a comprender que sea pasividad todo lo que no sea crear o emprender. El mismo Adam Smith pedía al Gobierno que interviniera para impedir que el obrero se embruteciese 'pasándose la vida ejecutando siempre algunas simples operaciones'. Smith era partidario de las innovaciones mínimas al pie del cañón.

Pero no. Hay que ser emprendedor, hay que hacerse empresario... o se hará usted prescindible. ¿Víctima del paro tecnológico? Muy verosímil. Pero como en Europa el sistema será mixto, al parado le darán para comer y para el fútbol. Más dudoso es que le regeneren órganos, aunque sea usted creador, de esa sinfonía perfecta que según Huxley está por componer. Por doquier se observa la infiltración del credo neoliberal. Como en esta confusión entre crear y emprender.

Manuel Lloris es doctor en Filosofía y Letras.

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