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Crítica:FÚTBOL | FÚTBOL | 18ª jornada de Liga | 18ª jornada de Liga
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Majestuoso Madrid

El equipo madridista ofrece en el segundo tiempo su mejor actuación en muchos años

Santiago Segurola

El Madrid puso frente al Oviedo el canon del fútbol y del campeonato. Así se juega y así debe hacerlo el primer aspirante al título de campeón. Después de una infame primera parte, el Madrid ofreció un festival que trasladó a la memoria las imponentes actuaciones del dream team de Cruyff. Sobre las mismas bases -juego de asociaciones supersónicas, casi todas a uno o dos toques-, destruyó al Oviedo y provocó el delirio de la hinchada, que no salió de su asombro hasta el cuarto gol, un maravilloso remate de McManaman que coronó la espectacular actuación de todo el equipo.

En un momento crítico de la Liga, con la posibilidad de distanciarse con claridad de sus principales adversarios, el Madrid tardó en entender lo que se espera del principal aspirante al título. Sorprendió su decepcionante actuación en el primer tiempo, impropia de un equipo que había ofrecido partidos meritorios en las últimas jornadas. Meritorios porque el Madrid había encontrado una manera característica de jugar, algo parecido a lo que se puede definir como estilo. Su crecida, que había dependido en el arranque del campeonato de la contudencia goleadora de sus estrellas, había terminado por relacionarse con el buen uso del balón. El equipo había derivado de lo individual a lo colectivo, sin que por ello se resintieran Figo, Raúl y compañía.

El nudo de la cuestión había radicado en el papel de los centrocampistas, y muy especialmente de Makelele y Helguera. Después de un discreto comienzo de temporada, Helguera ha cobrado un protagonismo indiscutible en el equipo. Jugador enérgico, con una cierta tendencia a la discontinuidad y con ciertas lagunas en el conocimiento del oficio en el medio campo, Helguera se había destapado en los últimos partidos. Había jugado sin inhibiciones, con una autoridad que le iba de perlas al Madrid. A través suyo, el equipo había encontrado el hilo al juego, el orden, el modo de imponerse a los contrarios.

Nada de eso ocurrió frente al Oviedo en el primer tiempo. El Madrid se aprovechó de un gravísimo error de Martinovic para marcar un gol que no mereció. Tampoco el Oviedo, que dispuso de la pelota y nada más. Sólo se asomó en un tiro cruzado de Oli, desviado por Casillas en una buena intervención. Fuera de ese remate, su juego fue de una banalidad sospechosa, la que sirve para explicar su rendimiento fuera de su estadio: un punto, cero goles. Pero sólo por mantener un cierto criterio con el balón, el Oviedo jugó con comodidad en el primer tiempo.

El Madrid se encontró con ventaja por esas cosas que tienen los defensas. En lugar de actuar con sensatez, Martinovic convirtió una jugada inocua en el gol del Madrid. Algo se debió oler Morientes, que persiguió al central del Oviedo, interceptó el balón y esperó la llegada de Figo por el segundo palo. El gol fue lo único destacable en el primer tiempo, cosa que obligó a sospechar en un partido para olvidar. Pero el fútbol tiene misterios difíciles de desentrañar. Un equipo imperfecto, defectuoso en todos los órdenes del juego, y ése era el Madrid, se transformó en una maravillosa máquina, capaz de levantar ovaciones constantes en el Bernabéu, de entusiasmar a una afición que había silbado en la primera parte, de producir una especie de maravillosa majestad en cada jugada. Así jugó en la segunda parte el Madrid, sostenido por la verdadera esencia del fútbol: el arte de asociarse a la máxima velocidad. Y es lo que hizo el Madrid en una formidable demostración de clase, con todos los jugadores en la misma onda, con un sentido de la armonía que obliga a pensar en las inmensas posibilidades del equipo.

Puede ganar sin el balón, por el instinto goleador de muchos de sus jugadores, pero al Madrid le conviene disfrutar de la pelota en dosis masivas. Y no para acarrearla de aquí para allá. Por primera vez en muchos años, las asociaciones son rapidísimas, intantáneas, sin egoísmos, con un hermoso sentido colectivo que recuerda al gran dream team de Cruyff. Por ahora sólo es un amago de comparación, pero la posibilidad existe, y será mayor en la medida en que los jugadores confíen en ese método. Lo demás vendrá dado por Raúl -cuya gran actuación no estuvo coronada por el gol-, Figo y cualquiera de la nónima de estrellas. Para que eso ocurriera frente al Oviedo tuvieron que suceder dos cosas: que el equipo decidiera cambiar de actitud y que Helguera se sobrepusiera a su mediocre actuación en el primer tiempo para brindar un colosal partido en el segundo. Tampoco le vino mal la sustitución de Savio por McManaman, jugador que representa las necesidades del Madrid. Quizá tenga menos condiciones que muchos otros futbolistas de su equipo, pero ninguno interpreta mejor lo que se pide. Tocar y moverse. Así de sencillo. Así de difícil.

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