Adolescentes
Sin un taller ocupacional donde el adolescente o la adolescente aprenda algo y dé al traste con sus horas de tedio o aburrimiento, sin profesores adecuados especialmente seleccionados, especialmente sensibles y especialmente especializados para tratar, educar y reintegrar en la sociedad esos mismos adolescentes, sin médicos que sepan de drogadicción o enfermedades mentales, sin adecuado personal de seguridad y vigilancia, sin instalaciones, medio carcelarias y medio educativas, preparadas para ellos, acaba de entrar en vigor la Ley del Menor. Es una ley terapéutica y propedéutica, es decir, pretende ser la medicina que cure una enfermedad social, e intenta preparar al enfermo para que asuma la mejor de las disciplinas: su integración social. Esos mozos y esas mozas, y de eso tiene ya conocimiento el vecindario, rozaron la criminalidad o cruzados su edad florida con tan preocupante dama. En el Pi Gros, en el centro que estos momentos está dispuesto o indispuesto en Castellón para recibir a 23 de esos menores han empezado con casi sin nada, y ya lo habitan unos cuantos adolescentes procedentes de la cárcel de Picassent y de la cárcel de la misma capital de La Plana.
La Ley del Menor, como en su día la Logse que había de ordenar el sistema educativo en los ámbitos no universitarios, nace coja y sin la infraestructura que la acoja. De ello deben tener conocimiento los legisladores, el gobierno y la oposición, los jueces y la opinión pública.Y nace coja hasta en su mismo nombre. Un adolescente será un menor en los papeles, pero no es en realidad un niño. El nombre de la ley, y su articulado, podrían aludir a la Prevención y Corrección de la Criminalidad entre los Adolescentes, y detallar tanto los procedimientos correctivos que llevasen a los jóvenes a su reinserción social, como los procedimientos preventivos de comportamientos criminales. Una prevención para evitar, en el mayor grado posible, delincuentes y víctimas.
La prevención de la criminalidad entre los adolescentes necesitaría, incluso, un análisis aparte, un debate social aparte y una ley aparte cargada de sentido común y racionalidad; una ley que le plantase cara a la permisividad e irresponsabilidad de los adultos en el ámbito de la educación familiar, en el ámbito escolar y en el ámbito de los valores y modelos sociales sin excluir el valor de la imprescindible tolerancia. En muchos ámbitos familiares se siembran vientos y se cosechan tempestades, cuando ya hace dos mil años que escribió Juvenal aquello de que 'ninguna palabra o imagen vergonzosa toque el umbral de la casa donde hay un niño'. La escuela no se sabe bien si prepara para la vida o prepara para la promoción automática de alumnos y para cubrir el expediente burocrático de 'progresa el muchacho adecuadamente o no adecuadamente'. Los modelos de comportamiento social que ofrecen las televisiones públicas son edificantes como todo el mundo sabe. La kale borroca nació por generación espontánea, porque nadie aderezó la salsa con los aditivos con que fermentararon la violencia y la criminalidad. Tiempos poco preventivos los nuestros. Tiempos disolutos, destartalados e incoherentes, estos tiempos de la Ley del Menor, podría exclamar un dubitativo Hamlet, el danés trágico y de negro de todos los dramas juveniles, sociales y familiares.
Aunque no se puede dudar de la bondad de la Ley o, al menos de la bondad que inspiró a sus redactores. Como no se puede dudar de la falta de la experiencia previa y puntual que hubiese puesto de manifiesto su funcionalidad o no funcionalidad, antes de que esa ley entrara en vigor.
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