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Crítica:CRÍTICA | TEATRO
Crítica
Género de opinión que describe, elogia o censura, en todo o en parte, una obra cultural o de entretenimiento. Siempre debe escribirla un experto en la materia

Work in progress

Hace algunos años, en esta misma sala, asistí al nacimiento de Chema Cardeña, entonces un perfecto desconocido para mí, como autor dramático. Su obra Anoche fue Valentino tenía la sabiduría inglesa en su construcción dramática y el respeto de unos diálogos bien elaborados que no herían, ni por exceso ni por defecto, la sensibilidad del público, aunque fuera valenciano. Luego se embarcó en una trilogía sobre el teatro clásico europeo, que arrancó con una espléndida reflexión sobre el teatro isabelino a cuenta del par Shakespeare-Marlowe, para seguir con el barroco español, continuar con Molière y concluir ahora con esta propuesta nada platónica, en el sentido que de manera coloquial se atribuye al término. Todo ello, que es algo más que un trilogía, al servicio de un entendimiento del teatro como reflexión intelectiva sobre los recursos del poder y -un tanto a la manera de Foucault- la proliferación de sus centros.

Menciono todo esto porque no es de ambición estética de lo que carece este dramaturgo, por lo mismo que lo que hasta ahora se ha hecho público de sus trabajos excede en buena medida a las chucherías más o menos sofisticadas del minimal o a los números de revista besucona en los que termina por desembocar la inanidad intimista -más próxima a Tony Leblanc que a Woody Allen- de algunas vanguardias locales. En este Banquete de Chema Cardeña la realidad de lo acaecido durante una velada de mucho énfasis se distribuye en diversas versiones sucesivas, que se moldean según el gusto o los intereses de los personajes, en relación con su situación real en la escala del poder, de modo que la resultante puede ser la que se reconstruye o la original, o tal vez una mezcla de ambas explicaciones. El relativismo de la opción elegida por el autor pone entre paréntesis tanto la veracidad del primer suceso narrado como la de su recomposición posterior, sugiriendo que el entendimiento es una operación compleja y confusa muchas veces, y siempre interesada, además de apuntar con mucho vigor que nadie es un gran hombre para su criado, tanto menos para su esposa. Y aquí hay que anotar alguna ingenuidad en la defensa de la figura de la mujer más o menos genérica como conciencia emergente de una tediosa realidad social.

Este debate entre lo público y lo privado en su relación con el efecto devastador que cualquier poder procura, incluido el de la palabra socrática, lo ha montado Carme Portaceli con una contundencia que en ocasiones atropella la respiración propia del texto y de sus reposos, que tiene acaso más matices de los que se ven en escena, al tiempo que es preciso saludar el buen trabajo de sus cuatro intérpretes principales y una escenografía algo tópica pero eficaz en sus propósitos.

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