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Columna
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Praga TV

Conocí Checoslovaquia en dictadura, tras la Primavera del 68. Y vuelvo siempre con placer a Praga: la que desesperó a Kafka y acogió a Mozart, a Tomás y Teresa Pamiés; la rosa gris de Neruda, la prisión de Julius Fucík, autor del Reportaje al pie de la horca. La que supo hallar fórmulas modélicas en situaciones que para otros han desembocado en tragedia.

Ahora llegan noticias asombrosas. Las pantallas y la última de EL PAÍS del jueves, muestran una muchedumbre congregada en la plaza Venceslao, pese al frío y la noche cerrada. ¿Hacen cola para el partido de la temporada? No. ¿Está a punto de llegar el camión de reparto gratuito de filetes presuntamente cuerdos? Qué va. Ocurre simplemente que los checos luchan por su patrimonio, uno de los servicios públicos que consideran básicos: el de recibir información veraz y opiniones libremente expresadas a través de su televisión, la misma que corre peligro de ser privatizada y donde, con el reciente cambio de director, se produjo una purga brutal. Y reaccionan, los ciudadanos, como lo harían ante el posible cierre de un hospital o un centro de enseñanza: contra la desaparición de algo vital.

Los periodistas rebeldes siguen emitiendo informativos. Sindicatos, políticos e intelectuales les apoyan. La crisis institucional trasciende las fronteras, y ha obligado a modificar la ley para que los cargos sean elegidos a propuesta de organizaciones no partidistas.

Cambiamos de escenario. Aquí, el incierto futuro de TVE depende ahora de la SEPI, pero los políticos sólo contemplan si salen mucho o poco, bien o mal. Canal 9, en quiebra, lleva desde hace meses recibiendo demoledores diagnósticos por parte de los expertos convocados por la comisión parlamentaria. Pero lo que preocupa al cuerpo social es si hoy cuatro parásitos se van a arañar en el plató. No hay reacción, ni debate, ni interés.

¿Define la salud intelectual de un pueblo que nos importe una higa la tomadura de pelo?

Praga hizo la revolución de terciopelo sobre tejido fuerte, bien tramado. Valencia dormita su resignación en una red de malla ancha donde todo cuela. Igualico, igualico.

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