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Columna
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Constructores de ciudades

Paseando por las calles de Alicante, visitando alguno de sus barrios, me he hecho muchas veces la pregunta de cómo ha llegado a construirse esta ciudad. Indiscutiblemente, Alicante es una ciudad que ha crecido mal, que se ha extendido mal por el territorio. Es, sobre todo, una ciudad en la que se han cometido numerosos disparates urbanísticos. En alguna ocasión he pensado (y hasta creo haberlo escrito) que Alicante era el resultado de la voluntad tan peculiar de los alicantinos. Para ser más precisos, del gusto de los alicantinos. Evidentemente, se trataba de una ingenuidad. No quiero decir que el gusto de los alicantinos no haya influido en la formación de la ciudad pero, desde luego, ha sido una influencia menor, siempre a remolque de otras decisiones en las que ellos no han intervenido.

Días atrás, el periodista Jordi Navas entrevistaba a Francisco Muñoz Llorens, en las páginas del diario Información. Muñoz ha sido uno de los arquitectos más notables de la ciudad. Su influencia se ha dejado notar durante varias décadas. Hubo momentos en que una parte considerable de la población vivía en casas construidas por este arquitecto que introdujo en Alicante el balcón terraza de Le Corbusier y otros elementos del Movimiento Moderno.

A la arquitectura, unía Muñoz Llorens su vocación por la política: durante 14 años fue teniente de alcalde en el Ayuntamiento. Esto le permitió vivir en primera línea la época del desarrollo de la ciudad y, naturalmente, intervenir en las determinaciones que se tomaron durante aquellos días. En un momento de la entrevista, dice Muñoz Llorens: 'No cabe duda de que el Gran Sol y el Riscal habrían estado mejor en otro sitio, pero en aquella época no te podías llevar los cines, los teatros y los hoteles fuera del casco urbano. Los propios empresarios no querían que la gente se desperdigara'. ¿Se puede decir de manera más clara quiénes decidían el futuro de la ciudad? Efectivamente, tal y como dispusieron los empresarios, los alicantinos no nos desperdigamos. Al menos, no lo hicimos durante aquellos años.

Tres décadas después, las cosas no han variado sustancialmente en Alicante. Y aunque en la actualidad el Ayuntamiento sea elegido democráticamente, existen pocas dudas sobre quiénes dictan el porvenir de la ciudad. Si acaso, la diferencia más notable es que hemos sustituido la concentración de ayer por la dispersión de hoy. Alicante se ha convertido en una ciudad de urbanizaciones, rodeada por lugares de ocio, que ha multiplicado las ganancias de un empresariado emergente. Y no veo que estos asuntos sean de otra manera, aunque nuestras autoridades contraten a un urbanista de prestigio para redactar el nuevo plan general de la ciudad. De este nuevo plan ya hablaremos cuando llegue el momento de las modificaciones puntuales.

Seguramente, hay muy pocas cosas que puedan hacerse para remediar esta situación. Una de ellas, desde luego, es no aceptarla como inevitable. En otros lugares, las ciudades son el resultado del deseo de sus habitantes y no de los intereses de unos empresarios. San Sebastián, Victoria, Gerona muestran que las cosas pueden hacerse de otra manera. Aunque sólo fuera por mantener una brizna de nuestra maltrecha dignidad, los alicantinos haríamos bien en no olvidarlo.

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