_
_
_
_
Columna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las columnas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

Arte

Félix de Azúa

El público, cabizbajo, se desplaza de tela en tela muy despacio y en silencio. Las grandes pinturas de Rothko exigen distancia y recogimiento. El espacio de la Fundación Miró es pequeño para estas piezas, pero los visitantes nos apañamos. Cedemos el paso, nos retiramos discretamente para dejar lugar a los recién llegados. No es fácil permanecer unos minutos delante de ese azul ultramar que acaba por emerger del alquitrán si le das una oportunidad. Constantemente has de ceder el sitio a otros curiosos. Nos saludamos con un sencillo golpe de cabeza. Parecemos congregantes. Nostalgia del sombrero.

Claro que el propio Rothko afirmó una y otra vez que sus pinturas eran mitológicas y trágicas. Así que todos miramos intensamente los grandes rectángulos negros, azafranados o amarillos con la misma fe que, siendo niños, rezábamos: '¡Señor, dame una prueba de tu existencia! ¡Haz que apruebe la física!'. Pero en un momento de exaltación me percaté de que ya había yo visto aquel azul trágico en algún lugar y tras un heroico esfuerzo recordé un montón de sublimes rothkos en el metro de Nueva York. Las pilastras de hierro forjado que sostienen algunas estaciones reciben capas y capas de pintura cada año. En la luz tenebrosa del subsuelo, la presencia de los colores me había perturbado. ¡El azul de la calle 81, líneas B y C, comido por la luz cárdena! ¡El lila oscuro de la línea E! ¡El plomo irisado de la 7ª avenida, línea B! Aquellos colores en perpetuo conflicto con sus capas inferiores, mordidos por las crueles luces de neón, reverberando contra los muros de mosaico mugriento, ahora saltaban a las telas de Rothko y me resultaban familiares, en absoluto sagrados, aunque sí un tanto trágicos.

Entonces comprendí la razón de la célebre insistencia de Rothko para que sus telas se exhiban con luces débiles o sin luces, en penumbra, casi a oscuras. No es una infección mística, es la nostalgia del Averno y la catacumba, porque no hay mejor lugar para la pintura de Rothko que una estación de metro, su lugar natural, su morada. Y mirarla tan sólo durante la parada de nuestro vagón. Transitoria y refulgente como el fantasma de un pasajero.

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Sobre la firma

Félix de Azúa
Nació en Barcelona en 1944. Doctor en Filosofía y catedrático de Estética, es colaborador habitual del diario El País. Escritor experto en todos los géneros, su obra se caracteriza por un notable sentido del humor y una profunda capacidad de análisis. En junio de 2015, fue elegido miembro de la Real Academia Española para ocupar el sillón "H".

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_