_
_
_
_
Tribuna:
Tribuna
Artículos estrictamente de opinión que responden al estilo propio del autor. Estos textos de opinión han de basarse en datos verificados y ser respetuosos con las personas aunque se critiquen sus actos. Todas las tribunas de opinión de personas ajenas a la Redacción de EL PAÍS llevarán, tras la última línea, un pie de autor —por conocido que éste sea— donde se indique el cargo, título, militancia política (en su caso) u ocupación principal, o la que esté o estuvo relacionada con el tema abordado

El crimen encubierto más frecuente

Las Naciones Unidas declararon en 1980 que "la violencia contra las mujeres es el crimen encubierto más numeroso del mundo". Esta declaración oficial sirvió para poner en evidencia un hecho conocido por mucha gente en todo el planeta, sobre todo por las mujeres. Veinte años después, una vez más, el Día Internacional contra la Violencia a las Mujeres, celebrado hace una semanas, nos recordaba que el maltrato hacia las mujeres sigue existiendo. Es inadmisible, es cierto, pero sigue atenazando y segando la vida de muchas mujeres cada año. Las Naciones Unidas presentó hace poco el Informe sobre el estado de la población mundial, donde informaba sobre la situación de mujeres y niñas en el planeta con datos espeluznantes. Un ejemplo: al menos una de cada tres mujeres ha sido apaleada, obligada a entablar relaciones sexuales bajo coacción o maltratada de alguna manera, con frecuencia por una persona que ella conoce.En España, durante los últimos cinco años han muerto asesinadas por sus parejas más de 300 mujeres, una cifra superior incluso a la causada por la barbarie terrorista. La mayoría de ellas, con conocimiento de sus derechos y en la creencia de que la sociedad y la ley las defendían, habían presentado denuncia. Sin embargo, la ley no sirvió para protegerlas. Por tanto, debemos preguntarnos, ¿qué responsabilidad tiene la sociedad en la defensa de la vida y en la lucha contra el maltrato a una parte de su población?

Durante años hemos creído que la violencia hacia las mujeres, ese tipo salvaje de maltrato que encuentra su fuerza en la debilidad, era una cuestión doméstica, es decir perteneciente a la esfera de lo privado en la que nadie debía interferir. Defendemos que la privacidad es un hecho sagrado en nuestra sociedad, pero en estos casos parece que lo es incluso más que la vida. Sin embargo, hoy sabemos que la resolución de conflictos de género por medio de la fuerza, de la violencia brutal, es la respuesta de algunos individuos a sus limitaciones, miedos y resistencias a aceptar que las cosas están cambiando, que las mujeres ya no son "de ellos ni de nadie". Las mujeres cada vez tienen más claro que existen formas de convivencia diferentes, desde el punto de vista del respeto y el reconocimiento, y eso, aunque a algunos pueda no gustarles, es un avance más hacia el reconocimiento de la igualdad de derechos entre mujeres y hombres: son pasos importantes para conseguir una convivencia más dialogante en el seno de la sociedad.

Pero todavía hace falta que esta idea se extienda más socialmente hasta convertirse en responsabilidad colectiva. Debemos reconocer que la violencia de género, aquella que se ejerce contra las mujeres en ámbitos muy distintos de la realidad, actúa como un respaldo a la violencia doméstica, ejercitada en el seno de la familia; pero las dos son parte de un todo: de esa incapacidad de reconocer que la sociedad va cambiando. Para atajar este problema debemos servirnos de los instrumentos que tenemos más a mano. Tan simples a veces como la voz, nuestra más eficaz herramienta de denuncia. Hace poco más de un año una mujer joven murió asesinada en plena calle en un barrio de Barcelona a las 2.00 de la madrugada. La calle estaba silenciosa y ella utilizó su voz para pedir auxilio, pero nadie utilizó la suya para dárselo. Quizá no hubo tiempo, es cierto, quizá hubo sorpresa y miedo, pero pese a todo no podemos olvidar que debemos confiar en nuestra voz y utilizarla para denunciar, pero sobre todo para detectar conductas abusivas, aquellas que nos indican con precisión el lugar donde empieza la tragedia. Detectar todo eso ciertamente no es fácil, hay que mirar a fondo, querer reconocer en todas las voces que oímos a diario esa situación no explicada, ese silencio que descubre un secreto pretendidamente vergonzoso y que requiere escuchar desde una mirada de género.

Los servicios públicos tenemos aquí una gran responsabilidad porque detectar equivale a prevenir si-tuaciones violentas, y es por ello que desde los ayuntamientos, desde esta Administración próxima a los ciudadanos, tenemos que implicar a los y las profesionales en esta tarea, y debemos formarlos para que puedan hacerlo. Formándolos ahorramos sufrimiento a muchas mujeres, igual que cuando trabajamos con la juventud en las escuelas enseñándoles el respeto a los demás, mujeres y hombres, iguales en sus derechos, o cuando insistimos en que para atajar esta cruenta realidad hay que trabajar con los hombres, con aquellos, decía, que encuentran fuerza en la debilidad. La proximidad nos puede permitir derrotar a la violencia.

Mujeres y hombres asistimos estos últimos años a un aparente incremento de la violencia doméstica. La polémica está servida porque las cifras así lo muestran y los medios de comunicación las difunden, obligándonos a bajar la vista sonrojados de vergüenza y a preguntarnos si es cierto que, a medida que avanzamos en nuestro Estado de bienestar, el crimen sigue encubierto entre nosotros. Sin embargo, debemos reconocer que es difícil saber si realmente hay más violencia hoy en día que anteriormente, porque lo que sí sabemos, sin duda, y es ya un gran logro, es que hay más información y más denuncias, más valor por parte de ellas para reconocer esta realidad y hacerle frente. Campañas realizadas por distintos gobiernos han permitido enseñar a las mujeres que no están solas y que la violencia que se ejerce contra ellas no emana de su culpa ni es vergonzante, sino que es un problema de ellas que afecta tanto a hombres como a mujeres. Pero aun así, tenemos que seguir insistiendo en este trabajo cotidiano, que tan bien conocemos las mujeres, de construir puentes de diálogo que nos permitan avanzar en la igualdad de oportunidades en todos los ámbitos de nuestra vida, por una sociedad más justa y solidaria, sin miedos ni fantasmas.

Núria Carrera es tenienta de Alcalde del Ayuntamiento de Barcelona

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo

¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?

Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.

¿Por qué estás viendo esto?

Flecha

Tu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.

Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.

En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.

Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.

Archivado En

Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
Recomendaciones EL PAÍS
_
_