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¡Libertad!

EDUARDO URIARTE ROMEROHasta sus entrañas penetra en Bilbao una larga avenida con el nombre de su más famoso sitiador. En Mallona, quedan los restos, pocos y sin reconstruir, del monumento a la libertad que erigieran sus voluntarios y que el Requeté demolió en 1937. Pero frente a la Euskal Herria carlista vuelve a oirse su grito, el grito de libertad. ¡Askatasuna!

El último lo ha lanzado la Universidad con emoción crispada. La Universidad de un país que no sabe salir del siglo XIX porque Arana nunca quiso que el nacionalismo vasco entrase en el XX. En las puertas del XXI, alcanzada por la bomba reaccionaria, la Universidad se rebela de nuevo. Cuando los que mandan desprecian las constituciones, el súbdito se yergue en ciudadano gritando libertad.

En Euskadi llevamos demasiados años oprimidos por el nacionalismo conservador; primero por el español, después por el vasco, que es lo mismo. Bajo el Fuero de los Españoles y derechos colectivos negadores de constituciones y democracia, esencias por encima del hombre. Luchando toda la vida contra el "viva las cadenas", en la rebelión universitaria de los años sesenta contra el franquismo, esperando ahora la rebelión universitaria tras la libertad. Porque la razón, la ciencia, la intelectualidad que promueve, no suele ser proclive al servilismo, aunque de todo haya y debe haberlo.

Y ha sido también desde la Universidad, en palabras de su rector, donde se ha reclamado el fin de la burla del lehendakari. El compromiso de que haga todo lo posible para detener a los autores del atentado fallido. No valen los voluntariosos deseos de paz y que se olvide del Estado de derecho que representa ante todos los vascos. La libertad y la seguridad de los ciudadanos deben ser defendidas por la fuerza de la ley frente a sus transgresores.

Pero en el nacionalismo vasco de hoy, ni tan siquiera por ósmosis existe conciencia de la situación ni conocimiento de los fundamentos políticos necesarios para la convivencia pacífica. El discurso del lehendakari en Gernika sigue siendo equívoco, equidistante, cuando no alentador de la violencia: "No es lícito intimidar a los ciudadanos para que renuncien a su libertad a cambio de que les dejen en paz, ni -añade- posponer el ejercicio de la democracia al logro previo de la Paz". Es decir, no sólo sigue poniendo en una balanza argumental violencia y democracia, sino que, además, denuncia al final de la frase la ausencia de democracia, que la considera pospuesta. Una denuncia que invalida el inicial mensaje pacifista porque, ante la ausencia de democracia, puede ser éticamente asumida, legitimada, o al menos comprendida, la necesidad de la violencia de ETA. De hecho, ETA obtuvo sus legitimaciones y justificaciones frente al franquismo ante la ausencia de democracia. Ahora, si el lehendakari, nada menos que él, sigue ratificando la ausencia de democracia, justifica a ETA, y se entiende que no diga que la va a perseguir.

La negación de democracia no es achacable al sistema; las carencias que existen se deben a los que amenazan, coaccionan y asesinan, y a los que no les quieren perseguir enarbolando la legalidad vigente. En su confusión doctrinal, el lehendakari ni siquiera acierta en afirmaciones democráticas: "La sociedad vasca no pide a nadie que renuncie a sus ideas". La sociedad no es ni un ente político ni jurídico, es la ciudadanía la que establece el ordenamiento democrático, el constitucional y estatutario, que garantizan los derechos fundamentales, que hay que garantizarlos defendiéndolos. El PNV de hoy se equivoca, y en su equivocación induce a la violencia.

La amalgama del discurso de Gernika, que defiende la paz y denuncia la carencia de democracia, constituye un mensaje perverso que legitima la lucha armada. Violencia necesaria, porque falta por obtener la democracia, la auténtica democracia, sea la "democracia vasca" o la "democracia orgánica". El mismo canto que los bilbaínos han oído y visto descender muchas veces desde las faldas de Artxanda, y que sólo lo detuvieron cuando defendieron la libertad.

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