Canciones de radio
Parece que está de moda, no se si debido a la tentación milenarista, el repaso de historias de la radio, de las músicas, de las canciones, de los boleros y demás productos sonoros que contribuyeron a la educación sentimental de nuestra infancia. La sospecha de que todo esto va destinado a las personas mayores no se desvanece del todo por el hecho de que, como en este caso, se añade la espectacularidad del musical, con la participación de un potable y numeroso conjunto de baile, con lo que el espectador puede ver además de escuchar lo que antes sólo se percibía pegando las orejas al receptor.No siendo sociólogo, no tengo por qué aventurar una hipótesis acerca de las reminiscencias sociales, y de sus carencias, de este tipo de espectáculos, aunque sospecho que están hechos para agradar en el sentido estricto de vincular por su vía particular la situación del presente con los sentimientos de antaño.
Estamos en el aire
Dirección: Juanjo Arteche y Angel F. Montesinos. Escenografía, Wolfang Burmann. Coreografía, Alberto Portillo. Dirección musical, Antonio Moya, Antonio Palau. Dirección escénica, Angel. F. Montesinos. Teatro Olympia. Valencia.
Aquí se escuchan, y medio se interpretan en la primera parte del montaje, radioseries de fuste en sus tiempos y programas de radio que acompañaban -como ahora- las tareas de casa y los tiempos muertos del planchado, al tiempo que se trata de hacer algo así como radio dentro de la radio, muchos años después, con referencias a la evolución del medio con la salida de la autarquía y los primeros problemas con la censura al hilo del tránsito entre fórmulas radiofónicas, y otros materiales de ese tipo.
El resultado es un trabajo claramente dividido en dos partes, donde la primera es la más teatral y se centra en algo parecido al testimonio de época, mientras que la segunda se entretiene en el gran espectáculo a manera de resolución alegre en comparación con la época anterior.
Un montaje que rememora en buena parte un siglo de emisiones radiofónicas y que, como digo, escapa de la operación exclusivamente nostálgica al resolverse por el espectáculo en su segunda mitad. Ya que las fiestas navideñas se alimentan sobre todo del recuerdo, cuando no de las pesadillas, estamos sin duda ante una función en todo acorde con el propósito de estas fiestas de la infancia.
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