Zaplana, las pasiones y los intereses
Tomo prestado el título de uno de los más brillantes ensayos de Hirschman y lo aplico a Zaplana puesto que éste, refinando el rigor intelectual de sus invectivas sobre las propuestas de la oposición -que como recordará el lector suelen ser despachadas con el sutil calificativo de "chorradas"- acaba de sentenciar que, en el recién concluso trámite presupuestario, el texto presentado por su Gobierno era razonablemente bueno puesto que "no ha despertado un gran apasionamiento en su debate". Uno se queda perplejo ante el argumento, sobre todo dado el carácter polisémico que la pasión comporta, al igual que su excitación, que no otra cosa supone el apasionamiento.¿A qué se refiere Zaplana cuando constata la carencia de apasionamiento en las Cortes Valencianas durante la discusión presupuestaria? ¿Quizás los diputados opositores intervinientes no han puesto suficiente ardor al demandar la supresión de una partida en el capítulo IV de la sección novena? ¿Permanecían inalterados sus semblantes y no laceraban sus carnes ni desgarraban sus vestimentas, ni siquiera lanzaban estridentes alaridos ni cubrían con ceniza sus cabezas cuando la apisonadora, que no el simple rodillo, de la mayoría absoluta popular cercenaba una y otra vez sus enmiendas?
Podría entenderse que el Molt Honorable quiere indicar que la vida cotidiana ha seguido su placentera y monocorde rutina sin que los ciudadanos/as hayan perdido el sueño ni el apetito conturbados por las noticias que les llegaban del hemiciclo. Lo cual que, en sí mismo, tampoco deja de intrigar a quien suscribe puesto que incluso bajo la monarquía absoluta vejaciones contributivas mucho menores que el despilfarro sin límites de la Ciudad de las Ciencias y las Artes -que acabará quintuplicando su presupuesto inicial- o el patio de Monipodio del IVEX, sin olvidar la escandalosa gestión de Terra Mítica con su, hoy por hoy, fracaso inapelable o el nepotismo oprobioso de maridos, cuñados y chóferes pululando en niveles retributivos impensables para sus titulaciones y merecimientos, por no hablar ya del tema favorito de Julio Mañez y de los pesebes seudoculturales pero multimillonarios que se monta la directora general de la cosa, mientras nuestro recursos destinados a I+D son los más bajos de Europa, provocaban otrora motínes y algaradas. Incluso los señores feudales se las tenían de cuando en cuando, si se les iba la mano cargando diezmos a sus pecheros, con la jacquerie de rigor y más de uno acabó tostado a fuego lento dentro de su propia armadura. Pero aquí seguimos haciendo bueno al Conde-Duque que nos calificó de pueblo muelle y contemplamos impertérritos y sin apasionamiento alguno cómo Zaplana en persona negocia, o regala según se mire, mil y pico milloncetes a Julio Iglesias o se desplaza en viaje oficial a Nicaragua, pongamos por caso, recalando antes con su corte de acompañantes en Londres, Nueva York o Miami, escalas lógicas y obligadas para ese destino como fácilmente se entiende si uno contempla el mapamundi sin ojos cegados por el sectarismo partidario. Y menos mal que, suprimidos por razones de seguridad los vuelos del Concorde, esos periplos nos saldrán en lo sucesivo algo más baratos a los sufridos contribuyentes.
Tengo para mí en todo caso que unos presupuestos son cuestión más propia de intereses que de pasiones, como tengo asimismo clara la primacía con que se deberían situar los generales sobre los particulares. No es el caso de los presupuestos valencianos ni de los recién aprobados para el Estado. Presupuestos continuistas, inadecuados al no contener -más bien al contrario- reducción estructural alguna del gasto como sería adecuado hacer en estos momentos de preocupante inflación sin control por el Gobierno y que en materia de infraestructuras no son más que una farsa contable, puesto que al nivel real de gasto consignado, los objetivos de Fomento tardarían más de una década en realizarse. Del AVE ni hablamos porque ya está presupuestariamente claro que los valencianos nunca tendremos, con este Gobierno, más que una especie de Euromed mesetario que, con algún tramo nuevo y alguno mejorado, nos lleve a Madrid, vía Albacete, en poco menos de tres horas, mientras Valladolid -que merece todo mis respetos pero no un tren de alta velocidad antes que el nuestro- sí contará con el suyo.
Se asombraba Montesquieu de que mientras las pasiones nos inspiran a los humanos la idea de ser malvados podemos tener, por contra, interés en no serlo. No menos asombroso resulta para mí que este contrapeso no exista para la permanente tentación que sufren nuestros gobernantes de tomarnos por estultos.
Segundo Bru es catedrático de Economía Política y senador socialista por Valencia.
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