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Cañizares

Miguel Ángel Villena

Más que ocupar un puesto en el equipo, un portero de fútbol representa toda una metáfora. El guardameta es un símbolo de una vida al límite, un equilibrio entre la gloria y el oprobio con una frontera marcada tan sólo por un balón esférico alojado o no en una red. Padre y madre a la vez de un grupo humano, protector de sus jugadores -ya sean los fieles hijos defensas o los retoños más díscolos y escurridizos que corretean por las bandas-, cariñoso y severo a un tiempo, el portero de fútbol considera un éxito pasar desapercibido. Su presencia ha de resultar imprescindible, pero ha de ser imperceptible. Únicamente en las situaciones de emergencia aparece la figura, siempre visionaria, de un portero para detener un penalti. Asociado al último recurso, el portero se asemeja mucho al bombero que apaga un incendio o al médico que opera en una sala de urgencias. Los guardametas no lucen por tanto en la normalidad, sino en la excepcionalidad.Cuentan los psicólogos del deporte que los porteros suelen tener un punto de locura, un cierto autismo mientras aguardan a que el balón llegue a sus dominios. Carmelo Gómez ha encarnado recientemente en El portero, una notable película de Gonzalo Suárez ambientada en la posguerra española, esa singular personalidad. Pero se lamentaba hace unos días Santiago Cañizares, el guardameta del Valencia, ante las cámaras de TVE de la marginación que sufren sus colegas a la hora de elegir a los mejores futbolistas europeos del año. Portero menos goleado esta temporada, tanto en la Liga española como en el torneo de campeones, Cañizares tiene todo el derecho a reclamar respeto para el puesto más decisivo en un equipo de fútbol. Con su pelo corto teñido, sus medias subidas hasta la rodilla, sus gestos airados y un aire de impaciencia, los movimientos de Cañizares en un terreno de juego ofrecerían mucho tema para un psicólogo avispado. Muchos aficionados valencianos piensan que Cañizares está loco. Quizá lleven razón porque todos los grandes porteros han estado un poco locos.

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