Vida dura para un príncipe
Guillermo, el hijo mayor de Carlos y Diana, lava su ropa, friega retretes y duerme al raso en la Patagonia
No hay lujo ni privilegio en la remota región de Chile que recorre el príncipe Guillermo estas últimas semanas. En la Patagonia, el hijo mayor del heredero de la corona británica es uno más entre el centenar de voluntarios que siguen el curso de supervivencia organizado por la Fundación Raleigh International. Lava su ropa, friega retretes y corta leña. Duerme en el suelo a la intemperie y no tiene un minuto de privacidad. "Las condiciones de vida no son exactamente a lo que estoy acostumbrado", admite.La expedición, en un programa de 10 semanas que comenzó el 1 de octubre, forma parte del plan educativo que él mismo ha elegido. Guillermo quiere experimentar aspectos de la vida vetados a la realeza y se ha tomado un año sabático antes de entrar en la Universidad de St. Andrews, en Escocia. Sigue así los pasos de miles de estudiantes británicos que recorren medio mundo para enfrentarse a las obligaciones cotidianas de la vida.
Will, como le llaman sus nuevos amigos, es el salvavidas de la monarquía británica. En él se depositan las esperanzas de supervivencia de la corona. Carga sobre sus hombros el proyecto de modernización emprendido por los Windsor. La familia confía en que, con su carisma y su sonrisa, entre tímida y seductora, heredada de su madre, la difunta Diana de Gales, pueda establecer una relación más cercana con los súbditos británicos.
El ejercicio de aproximación al pueblo arrancó sutilmente años atrás. En un país donde el acento y la forma de hablar delatan la cuna social de las personas, Guillermo evita el tono gangoso propio de su padre, Carlos, o de su abuela la reina Isabel. Habla como un londinense educado para acortar quizá las distancias con gente menos privilegiada. La excursión a la Patagonia se incluye en la estrategia de construcción de una imagen de normalidad para el príncipe. "Estoy con un grupo de personas con las que normalmente no me relacionaría. Hay personajes genuinos que no se guardan ninguna palabra", dice en un resumen del viaje que se emite hoy por televisión.
Como anticipo al documental, el palacio de Buckingham difundió ayer una serie de fotografías de Guillermo en plena tarea en tierras chilenas. Los telediarios, por su parte, retransmitieron segmentos de las experiencias que más impresión le han causado a sus 18 años. El momento más duro sobrevino durante una expedición en canoa por los fiordos del sur de la Patagonia. Un fuerte temporal hizo imposible el regreso y los chavales tuvieron que sobrevivir en una playa desierta sin apenas abrigo ni comida. "Nunca me sentí tan bajo. ¿Por qué decidí venir aquí? Esta pregunta nos la hicimos todos", dice.
Otra escala le llevó a Tortel, una remota comunidad chilena de 350 habitantes que viven en chabolas de madera. El príncipe dormía en el suelo de un parvulario rodeado de 15 compañeros, incluidos algunos adolescentes que habían huido de sus casas. "Aquí no hay secretos. Debes compartir todo con todos. Me costó al principio, porque soy una persona muy privada", comenta ante la cámara. Su fortaleza física también se puso a prueba cuando tuvo que transportar al hombro maderos para construir un puente.
Guillermo aprendió castellano en el internado de Eton y se comunica sin grandes problemas con la gente de Tortel. Concentra su atención en los niños, otra herencia de su madre, y les entretiene ejerciendo de profesor de inglés. Rodeado de niños curiosos, que le llaman el príncipe, la estrella de la familia Windsor está en su salsa. Las cámaras de televisión acechan cada movimiento del príncipe. Le enfocan levantando un gigantesco tronco, que cae al suelo al no lograr equilibrar el peso. El fallo ha quedado grabado, pero Guillermo sonríe sin avergonzarse y vuelve a intentarlo. Tiene más fortuna con el hacha. Corta leña con maestría y rapidez. La colada, por otra parte, no es su fuerte. "Todavía huele", se le oye quejarse, mientras cuelga una sudadera de una cuerda.
En la Patagonia, donde combina trabajos físicos con clases de inglés y caminatas por los Andes en busca de especies en vías de extinción, el primogénito de Carlos de Gales, heredero de la corona, demuestra que es capaz de sobrevivir en condiciones desfavorables. Que sabe divertirse con actividades más humanas que la caza del zorro, uno de sus deportes favoritos, que posiblemente retomará estas navidades. Y deja claro que está aprendiendo a desenvolverse con soltura frente a la cámara. Su expresión tímida es todavía visible, pero, como hiciera su madre en vida, la exprime ahora en su propio beneficio.
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