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COPA DAVIS El tenis español alcanza la cima

Àlex Corretja, el líder solidario

Ningún otro 'número uno' español habría aceptado ver reducido su protagonismo en la cita decisiva

¿De quién es el mérito? ¿Del G-4, que tomó decisiones tan arriesgadas como acertadas, o del líder del equipo, que les permitió tomarlas? La cuestión nunca acabará de dirimirse. Sin embargo, es evidente que si Àlex Corretja no hubiese mantenido una actitud tan solidaria con el grupo y tan respetuosa con los cuatro capitanes habría resultado imposible que éstos hubiesen podido actuar con la impunidad con la que lo han hecho frente a los jugadores.Corretja ha sido sacrificado muchas veces a lo largo de la temporada y relegado a papeles secundarios a pesar de ser el número uno incuestionable. A estas alturas, nadie le discute su papel protagonista entre los jugadores que han ganado la Copa Davis. Pero incluso en la final ha sido el centro de polémicas encendidas porque muchos pensaban que, como tal y como octavo jugador mundial, debía tener un protagonismo más claro.

El G-4 le dejó sentado en el banquillo en la primera jornada porque creyó que quien más daño podía hacer a Patrick Rafter era Juan Carlos Ferrero. Y el resultado demostró que acertó. Después, en el doble, fue el propio Àlex quien potenció el triunfo incuestionable de Joan Balcells sin quitarle un gramo de protagonismo en las celebraciones tras la consecución del punto que cambió el sentido de la eliminatoria. Y el último día permitió de nuevo que los capitanes mantuvieran sus criterios y colocaran, tal como le correspondía, a Ferrero frente a Lleyton Hewitt en el cuarto punto, el que acabó sentenciando la final, dejándole a él postergado a un quinto punto que ni siquiera se disputó.

No es ésta la única vez que Corretja ha sido sacrificado. En la primera eliminatoria, frente a Italia, debía disputar el quinto punto y disfrutar en la pista de los honores de la victoria. Pero cedió su puesto a Pato Clavet porque así lo había planificado el G-4. Luego, contra Rusia, volvió a ceder su puesto el tercer día, esta vez a Albert Costa, para que decidiera ante Kafelnikov. Y frente a Estados Unidos, ya en las semifinales, no puso ningún reparo al hecho de que fueran Ferrero y Balcells quienes cerraran la eliminatoria cuando ya estaba decidida.

Puede pensarse que el sacrificio no es tanto, puesto que en algunas ocasiones su aportación ya no era necesaria para asegurar la victoria. Pero Corretja juega su papel, eso es cierto. Es el de un buen chico que acepta la inmolación por el bien de la comunidad.

Que nadie, sin embargo, se engañe. A Corretja le gusta el protagonismo, le encanta ser el líder y disfruta desarrollando ese rol. Él nunca ha renunciado a nada por voluntad propia. Ya ha demostrado en muchas ocasiones -como finalista de Roland Garros y campeón del Masters en 1998- que acepta los grandes retos. Si no jugó los individuales del primer día en la final fue porque los capitanes no le dejaron, no porque él no quisiera hacerlo.

Por encima de cualquier otra circunstancia, Corretja es una persona con unas capacidades intelectuales, con unos criterios propios, con un carácter muy definido y con una mentalidad abierta y solidaria. Ser sacrificado le importa, claro, y le molesta como a cualquier campeón. Pero desde que Carles Moyà y él, básicamente, tomaron la decisión de apoyar a muerte al G-4 y de aceptar sus criterios aunque a veces no fueran convenientes para ellos -tal como ha ocurrido en el caso de Moyà, que no fue seleccionado para la final-, aceptaron implícitamente su hipotético calvario. Crearon una situación nueva en el tenis español. Nunca antes se había producido.

¿Cuándo un número uno había renunciado a ser protagonista en beneficio del equipo? ¿Lo hicieron Manuel Santana, Manuel Orantes, José Higueras, Emilio Sánchez Vicario, Sergi Bruguera o Moyà? Probablemente, no. Lo más posible es que algunas de las decisiones que ha tomado el G-4 en su corto, pero fructuoso recorrido, les hubiera costado la cabeza. Pero ahora, gracias a la solidaridad y la confianza del líder, España tiene a un grupo de cuatro técnicos que por primera vez puede actuar como un auténtico capitán.

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