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El último pedaleo de Ratón

Tras dos décadas en las que confiesa haber bordeado el límite del sufrimiento físico, el ciclista chiclanero José Manuel Moreno Periñán ha dejado de pedalear. A sus 31 años, aparca la bicicleta con un deseo: que su vida continúe sobre ruedas, "pero a menos velocidad". Encara una nueva etapa en la que el anonimato emplazará a los premios que ha ido cosechando en los velódromos de medio mundo: es campeón olímpico, mundial, cinco veces de Europa, 16 veces de España, y ostenta los récords mundiales de 200 y 500 metros. Se retira con un único pesar: No haber ido a Sidney "por rencillas personales con el seleccionador", después de haber participado en tres Juegos (Seúl, Barcelona y Atlanta).Sus 35 bicicletas le procuran muchos recuerdos. Escoge uno sin pensarlo. El 27 de julio de 1992 quedó grabado para siempre en su memoria, en la retina de millones de españoles y en la historia del olimpismo nacional. El cronómetro se paró en 1h 03m 3,43s. Una marca soñada que le encumbró con tan sólo 23 años a saborear el oro olímpico. Fue el primer metal que España consiguió en los brillantes Juegos de Barcelona. Moreno lo recuerda todo con el mismo grado de excitación que sintió en el velódromo catalán del Valle de Hebrón tras pulverizar el segundero en la prueba de un kilómetro con salida parada. "Ser profeta en tu tierra, por tópico que resulte, es lo más grande que me ha sucedido", confiesa sin dejar de dar detalles sobre aquel día. Eran las 22.15. Este joven, que ya se había alzado con el mundial de la especialidad un año antes en Stuttgart (Alemania), llegaba a lo más grande para un deportista.

Aquel episodio, hace ocho años, hizo que el ciclismo en España cobrara una doble dimensión. La que trazaba con su propia estela Miguel Indurain en el asfalto y la que desde esa fecha ha dibujado Moreno Periñán en el cemento o la madera de velódromos. "Los medios de comunicación se portaron muy bien y la repercusión fue enorme", agradece.

En su diario personal, recuerda el nombre de uno de sus entrenadores con afecto. El de su mejor mentor: el ruso Alexander Nietchiprochev, fallecido recientemente. "Con él lo gané todo. Sus métodos de trabajo eran perfectos", espeta Moreno, entregado a la emoción de los recuerdos. Otros ídolos copan su memoria. Exalta la constancia y sangre fría de Miguel Indurain, el coraje de Pedro Delgado y la clase en la pista de Juan Martínez Oliver. "Ellos fueron los impulsores del cambio", afirma.

Sus éxitos en pista despertaron el interés de los grandes equipos en ruta, que veían en su potencia, explosión de cadencia y velocidad un filón para pujar por las etapas que se deciden en llegada en pelotón o grupo. Durante dos años pedaleó para Kelme, y el Festina llegó a tentarle. "Fue una experiencia positiva", opina. Adquirió por tradición familiar el mote de Ratón.

Su nombre está asociado a la localidad gaditana de Chiclana. Allí se crió a su vuelta de Holanda, donde nació (sus padres eran emigrantes), y allí vive. Tiene un velódromo con su nombre, aunque lamenta el mal estado de conservación. Hizo una pequeña incursión política al fichar por el PP como independiente en las pasadas elecciones municipales, pero la suerte no le acompañó. Dirigir el deporte desde la política le atrajo. Los votos no se lo permitieron.

La bicicleta ha sido y es una de sus grandes pasiones. Las otras son su mujer María José y su hijo José Manuel, recién nacido. Su proyecto: una escuela de ciclismo, con 150 niños.

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