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Constitución

Miguel Ángel Villena

"Vayamos todos y yo el primero por la senda constitucional". La frase me hizo gracia cuando era un estudiante. Esta sentencia fue pronunciada por Fernando VII, llamado el rey deseado, cuando regresó del exilio y en un alarde de oportunismo se sumó a las corrientes liberales de las Cortes de Cádiz para mantener el trono. Poco tiempo después de su retorno a España, el monarca ordenaba fusilar a Riego y a otros civiles y militares por defender precisamente esa Constitución de 1812 que Fernando VII había jurado acatar. La historia del constitucionalismo -o mejor dicho del anticonstitucionalismo- español está sembrada de golpes militares, de revoluciones sangrientas, de obstáculos sin fin, de una permanente lucha entre la democracia y el oscurantismo, una pugna constante entre la reacción y el progreso. La imagen del fusilamiento de Riego y de sus compañeros se ha repetido desde comienzos del siglo XIX hasta la represión de Franco contra los republicanos que apoyaron con argumentos, primero, y con armas, después, la Constitución de 1931.Aunque me abstuve conscientemente en el referéndum sobre la Constitución de 1978 -como varios millones de ciudadanos que apostaban por una Carta Magna más progresista- he trabajado durante año y medio a las órdenes de Gregorio Peces-Barba, uno de los padres de aquel texto, y conozco de primera mano los esfuerzos desplegados para alcanzar un pacto de casi todas las fuerzas políticas. No voté la Constitución, pero me acojo a ella, la respeto y la defiendo. Desde el primer artículo hasta el último. Fruto del acuerdo y del consenso, el texto aprobado en 1978 ha resistido como pocas constituciones el paso del tiempo. Sin sacralizar su importancia, nuestra Constitución ha definido unas reglas del juego que, 22 años después, siguen siendo válidas para la inmensa mayoría de la población. Hoy, el aniversario del 6 de diciembre es un día festivo que la gente celebra de vacaciones. Dichosas las democracias que son aburridas. ¡Larga vida a la Constitución!

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