Jordi Pujol, cuentista PAU VIDAL
El padre jesuita Pere Closa (Barcelona, 1932-Granada, 1971) y el político liberal Teodor Baró i Sureda (Figueres, 1842-Malgrat, 1916) nunca se conocieron, por razones obvias. De todos modos, aunque la cronología se lo hubiese permitido, probablemente tampoco habrían coincidido en lugar ni interés alguno. Pero aun en el caso que eso hubiese llegado a ocurrir, lo más seguro es que no se hubiesen ni saludado. No podían ser amigos. Pere Closa, ordenado cura a los 31 años después de hacer prácticas en las barracas de Montjuïc y del Somorrostro (y en los años cincuenta, cuando lo que temían los consumidores era el mal de las ratas locas), se convirtió en una especie de patrón payo para el pueblo gitano en apenas ocho años de apostolado: Córdoba, Bolivia, Torre Baró y Écija fueron los escenarios de sus grandes hits. Baró, por su parte, fue diputado a Cortes por Barcelona, pero su entusiasmo por Sagasta dejó sin lectores a la Crónica de Cataluña, que dirigía a finales del XIX. El repudio de los catalanistas le fue compensado con diversos cargos en el Gobierno que también le llevaron por las Españas. En sus ratos libres se daba a la escritura: manuales de enseñanza y novelas costumbristas en castellano, poesía y piezas cortas en catalán. Quizá por esto, él sí aparece en la Gran Enciclopèdia Catalana.Bueno, el caso es que Closa y Baró, por fin, encontraron un rinconcito para darse la mano el pasado sábado, gracias ni más ni menos que a los buenos oficios de Jordi Pujol. Que se sepa, el presidente de la Generalitat no tiene sangre gitana, aunque también es cierto que nunca le van a echar de ninguna parte por españolista de lesa catalanidad. Pese a todo, Pujol tuvo la habilidad de unir a ambas figuras a través de un cuento escrito por Baró, El plat de fusta (aunque él, gato viejo, aseguró a posteriori que creía que era de Folch i Torres). Seguro que lo han oído: un payés malhumorado y chillón entona un dramático mea culpa tras descubrir a su hijo tallando un plato de madera para el día en que, igual que ahora al abuelo, le tiemblen las manos y haya que relegarlo a un rincón para que no rompa la terracota ni ensucie en la mesa. Moral de la historia: "Tal faràs, tal trobaràs", en palabras del cuentista. O sea, respeta a los mayores si quieres que el día de mañana te respeten a ti. Precisamente uno de los pilares fundamentales de la cultura gitana.
¿Que qué pinta en todo eso Pere Closa? Empiezo por el principio y así lo entenderán. Vet aquí que una vegada, La Xarxa, una entidad de voluntarios dedicada a montar espectáculos infantiles, consiguió convencer por fin (¡a la sexta!) al President para que se animara a participar en su anual Marató de Contes: unos cuantos rostros conocidos aportan su cuentito de arena a una gala, los beneficios de la cual se destinan a alguna causa de esas que antes llamábamos benéficas y ahora solidarias. El beneficiario de este año, y ya llegamos al meollo, era el pueblo gitano residente en Cataluña, a través de la Fundación Pere Closa. El presidente, Domingo Jiménez Montaño, ya andaba más contento que unas pascuas por el reciente premio Iniciatives Socials que les ha concedido La Caixa, y encima va y les toca la lotería: "Este año viene Pujol, ¡y con la Ferrussola!". La cual, dicho sea de paso, demostró quién había llevado la voz contante en casa: su interpretación de La nena dels rínxols d'or hipnotizó literalmente al medio millar de niños presentes la tarde del viernes en el Teatre Nacional.
Pero él tampoco lo hizo nada mal. Favorecido por un recibimiento digno de fichaje japonés (el fantasma de Flotats debió de estremecerse: los "quatre gats baladrers" de su discurso inaugural del Nacional se transformaron en "500 minyons fervorosos", ya ves tú), se movió, gesticuló, moduló y sentenció, demostrando que está listo para recibir el prestigioso premio de interpretación Ramon Fontserè. Después, ya en los camerinos, se declararía "mal contista": "Mi suegro sí que era un gran fabulador, un comediante en el buen sentido de la palabra. Incluso se inventaba los cuentos".
Aunque, escuchándole en medio del corro que formaban los gitanos de la fundación o viéndole departir con Sebastià Porras (una especie de Joaquín Cortés a la catalana), uno creía adivinar el pensamiento de Manuel Heredia, presidente de las Asociaciones Gitanas de Cataluña, que le miraba como diciendo: "¿Y si le nombramos Patriarca del Año?". A fin de cuentas, seguro que Pujol suscribiría el ideario del pare Closa: "El futuro de los gitanos está en su formación, pero sin perder su identidad".
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