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13ª Jornada de Liga

El Rayo es feliz en Vallecas

El conjunto madrileño remonta un tempranero gol del Racing y consigue otra goleada

El Rayo es feliz en Vallecas. Con su gente, y en su campo, los de Juande Ramos se sienten invencibles. No lo son, pero casi. Ayer, tras marcar el Racing a las primeras de cambio, los vallecanos fueron de menos a más para terminar entre los vítores entusiastas de la grada. El Rayo ganó a lo grande, con una holgura desproporcionada que no hace más que confirmar su condición de máximo goleador de Primera. Su voracidad se cobró una nueva víctima: el Racing, que ni con el viento a favor tras su tempranero gol supo sobreponerse a su angustiosa realidad.Bien distinta fue su salida. A las bravas. Así arrancó el Racing. Andaba todavía el Rayo ocupando su sitio en el campo, igual que la gente en la grada, y los visitantes ya carburaban a las máximas revoluciones. Azuzados por su agónica situación en la tabla, penúltimos, y con la continuidad de su técnico, Andoni Goikoetxea, pendiente de un hilo, los cántabros no se anduvieron por las ramas. El primer puñetazo fue a la mandíbula. Fue un golpe tonto, inesperado, pero efectivo, producto de la molicie con la que el Rayo empezó la tarde. La defensa vallecana se tragó una falta insulsa en la banda izquierda sacada por Jaime, no desactivó la incordiante presencia de Manjarín, que intentó rematar sin llegar a hacerlo, y con más sorpresa que otra cosa hubo de mirar al marcador para comprobar que sólo habían pasado siete minutos y ya iba por detrás.

RAYO 4-RACING 1

Rayo Vallecano: Lopetegui; Alcázar, Ballesteros, De Quintana, Mingo; Helder, Poschner, Quevedo (Mauro, m. 79), Míchel (Setvalls, m. 82); Bolic y Bolo (Glaucio, m. 65).Racing de Santander: Ceballos; Tais (Estévez, m. 71), Mellberg, Txema, Arzeno, Sietes; Manjarín, Espina, Jaime, Amavisca; y Rushfeldt (Morán, m. 74). Goles: 0-1. M. 7. Jaime saca una falta desde la izquierda y el balón, tras botar delante de Lopetegui, termina en la red. 1-1. M. 19. Michel remata en el segundo palo un pase desde la derecha. 2-1. M. 53. Bolic cabecea en el punto de penalti. 3-1. M. 80. Mauro, en el primer balón que toca. 4-1. M. 90. Mellberg, en propia puerta. Árbitro: Ramírez Domínguez. Mostró cartulinas amarillas a Tais, Ceballos, Arzeno, Jaime y Txema. Unas 10.000 personas en el Teresa Rivero. Bolo recibió al principio del encuentro una placa conmemorativa como autor del gol 400 del Rayo en Primera.

El balón se convirtió entonces en propiedad del Rayo, pero no supo muy bien qué hacer con él. Descosido, embarullado, el partido era una guerra de trincheras en el centro del campo. Sin embargo, los de Juande Ramos encontraron una puerta en el pasillo menos esperado. Camuflado en su recogido físico, Míchel no tuvo más que empujar a la red un balón cruzado sobre todos los centímetros de la corpulenta y avisada defensa del Racing. El empate fue lo peor. Para el juego, se entiende, que del gris pasó al negro. Al Racing le entró el miedo, con la espalda cada vez más cerca de Ceballos, y al Rayo una necesidad difícil de conjugar con la obligada precaución a la que le forzaban las vertiginosas contras de Manjarín y Amavisca.

Le vino bien el descanso al partido. A la vuelta de los vestuarios el fútbol se hizo otro. Detrás del cambio estaban los vallecanos, que se quitaron los pudores de encima y fueron a por la victoria agarrados a la movilidad de Míchel en el centro del campo y la ambición de Bolic en la punta de ataque. Del otro lado, el Racing apenas ofrecía la rapidez de Manjarín y Amavisca y la tosca presencia del gigantón Rushfeldt, demasiado poco cuando la victoria no es un premio, sino una obligación.

Todo lo contrario que le ocurre al Rayo, tan seguro de sí mismo que maneja los partidos como los grandes. Con paciencia, trabajándose poco a poco a los rivales, seguro de sus armas. Adelantando la defensa, sujetando la pelota en el círculo central, abriendo el balón a las bandas, lanzando diagonales sobre sus hombres de punta... Así remontó el Rayo, así se alzó sobre un partido que parecía cerrado con siete llaves y que abrió de par en par hasta la goleada final, para satisfacción de una afición que vive días de vino y rosas. Lástima que Bolic se encargase de empañar el espectáculo con un gesto tan feo como innecesario, ridiculizando a Mellberg nada más marcar éste el postrero gol en propia puerta.

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