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Convergència y el futuro

Josep Ramoneda

Convergència Democrática de Cataluña -el partido de Jordi Pujol- ha hecho por primera vez un Congreso presidido por la sombra del futuro, es decir, por la sucesión del presidente. Cuando los partidos van bien, tienen el poder y no vislumbran amenaza seria alguna que pueda llevarles a perderlo nunca piensan en el futuro. Cuando en un partido se empieza a hablar del futuro es que algo va mal, que hay indicios de que su tiempo en el poder se acaba. Es la ley del autismo de partido que afirma que, bajo el principio de no plantearse nunca un problema que va a traer mayores problemas, los líderes llegan siempre al final de ciclo dejando el partido sin aliento para dar el nuevo salto. Todas las ideas congeladas por el imperativo del presente (si es que las hay), todas las ambiciones soterradas (por la autoridad del que manda) están listas para emerger. Tengo la impresión de que los partidos mejor preparados para resolver sus problemas de sucesión son los organizados en tendencias. Puesto que el debate forma ya parte del juego interno, la crisis de sustitución se encauza con mayor naturalidad. En Convergència preocupa el futuro, signo inequívoco de que su ciclo triunfal se acaba. Por si esta señal no fuera suficiente basta con mirar el ambiente: escándalos, rivalidades, desencuentros ideológicos, todos los elementos indicativos de que el partido ha entrado en la pendiente.Escándalos: los partidos anudan la corrupción en sus momentos álgidos, cuando no hay todavía descontentos en la familia, cuando nadie se atreve a poner el ojo en las rendijas y cuando la opinión pública no tiene ganas de recibir malas noticias de ellos. Luego, cuando empieza el declive, estallan. Ha habido muchos rumores sobre irregularidades en el mundo de CiU, pero pocas concreciones. Pujol lo ha tenido siempre claro: cuando un caso ha emergido a la luz pública ha respondido con una cabeza cortada (los nombres de los consellers Cullell, Roma y Planadesmunt lo certifican). Ahora llega al Parlamento catalán el caso Pallerols, la desviación irregular de fondos comunitarios desde la Conselleria de Trabajo al entorno de Unió. Es un tema viejo, Pujol sabía de él por lo menos desde 1994. Como ocurre casi siempre, el caso se filtra desde dentro -siempre hay algún despechado que guarda papeles-, llega a la prensa con indudable regocijo convergente -que ve cómo el vistoso líder de Unió queda atrapado en el fango cuando había emprendido con imprudente antelación la carrera sucesoria- y acaba afectando a la credibilidad del Gobierno entero. Todos los elementos (vejaciones, desencuentros, rivalidades, resentimientos y descrédito de una mayoría que lleva demasiado tiempo en el poder) están servidos para que la lista de los casos aumente rápidamente.

En el interior de la familia convergente, Pujol todavía tiene autoridad, aunque cada vez son más los que dicen en privado lo que se decía de Felipe González antes de su renuncia: es el principal activo del partido y también su principal problema. Pero el PSOE tenía cien años de historia y Convergència no ha conocido historia alguna sin Pujol. Pere Esteve se retiró enseguida de la carrera sucesoria. Y Xavier Trías abandonó antes de ser candidato o fue inducido a abandonar. Artur Mas quedaba como único heredero, puesto que el ejército roquista -con su general a la cabeza- había sido ya desmantelado. Al otorgar la primogenitura a Mas, Pujol frena la rivalidad interna y limita el margen de maniobra de Durán. Empieza un ejercicio de desgaste, con el PP enredando con un objetivo muy preciso: que Durán se presente también a las elecciones y rompa la coalición porque sólo si hay tres candidatos de la derecha el PP puede tener alguna opción.

En fin, los desencuentros ideológicos. Soberanismo y moderación han sido los dos pilares del pujolismo: soberanismo en los discursos y pragmatismo absoluto en el hacer cotidiano. Sólo que las luces del aznarismo han fascinado a muchos en Convergència y en Unió, que han encontrado en el centrismo la verdad insuperable de nuestro tiempo. Y que descubren ahora algo muy viejo: que Cataluña es un país nacionalísticamente tibio. Pujol ha intentado empezar el cambio sin que se notara demasiado. Ha nombrado número dos, pero él sigue siendo el número uno. Pero cuando el futuro llama a la puerta de un partido siempre acaba entrando. Normalmente, en forma de crisis. Maragall espera agazapado en un sonoro silencio.

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