Londres: regeneración urbana ORIOL BOHIGAS
Londres, además de ser una ciudad maravillosa -incluso en sus acuciantes desequilibrios-, se empeña en continuar siendo una ciudad experimental. Desde la terminación de la guerra ha sido testigo de episodios ejemplares en lo positivo y en lo negativo: la primera reconstrucción sobre la base del housing popular, la creación de ciudades satélite en un esfuerzo de descentralización, la organicidad territorial que proviene de la época de Abercrombie, la cohesión formal y social impuesta por el Greater London Council (GLC), el desorden abusivo del periodo tatcheriano a partir del gran error de la disolución del GLC en 1985, un error que se anticipó al de Jordi Pujol cuando en 1987 eliminó el Área Metropolitana de Barcelona.Ahora parece que empieza en Londres otro periodo experimental de gran alcance. Se ha recuperado la unidad política y administrativa del gran Londres con la integración de todos los borroughs incluidos en el perímetro de la autopista M-25, se ha creado la Greater London Authority (GLA), se ha elegido a Ken Livingston como mayor y a Nicky Gavron como deputy mayor, y se ha nombrado asesor urbanístico al arquitecto Richard Rogers. Un cambio radical que comporta la implantación de una política urbanística nueva, no sólo por la globalidad de la extensión territorial, sino por el cambio de criterio formulado en dos eslóganes muy precisos: Urban regeneration y Urban renaissance.
Aunque es difícil resumir los nuevos criterios en pocas líneas, los dos eslóganes explican bastante bien las intenciones fundamentales. Se trata de dar prioridad a la regeneración urbana de muchos sectores del gran Londres que hoy están vacíos o en proceso de degradación, cambiar la vieja idea de la descentralización a grandes distancias suburbiales y sustituirla por una centralización en los borroughs desurbanizados, reconstruir lo existente y construir en los vacíos que ahora interrumpen la continuidad física y social de la ciudad. Es decir, reivindicar una equilibrada densidad en los diversos barrios, una densidad que se puede concretar en nuevas construcciones o en nuevos espacios libres debidamente urbanizados. La implantación de la nueva Tate es ya un valioso precedente en este sentido,
y muy pronto se concretarán operaciones tan radicales y tan significativas como la regeneración del área de Bishopsgate en el límite entre la City y el problemático barrio ya conocido como Bangladesh, y la densificación de Cricklewood, al noroeste de la ciudad. Ambas son consecuencia de los grandes vacíos inoperantes producidos por la supresión de líneas ferroviarias obsoletas.
Es evidente que, si se trata de incorporar en los vacíos de la ciudad consolidada las viviendas y los servicios que hasta ahora se habían difuminado en los entornos suburbanos, el problema tiene que plantearse atendiendo prioritariamente a la adecuada implantación física, es decir, a la posibilidad de establecer una nueva forma urbana útil y representativa. La regeneración -o la reconstrucción, como aquí solemos llamarla- comporta una apuesta por la forma urbana, traducida en proyectos sectoriales, en proyectos donde se determine la arquitectura del vacío y del lleno según esquemas comprensibles y asimilables para una nueva intensidad de la vida colectiva. Es posible que este método no sea fácil en Inglaterra, donde no hay una gran tradición moderna de proyectos urbanos, a menudo abandonados a la iniciativa privada o al cumplimiento abstracto de las simples cuantificaciones de los master plans. De momento ya ha aparecido un síntoma negativo: entre los técnicos que pilotan estas nuevas operaciones hay más planners y administrativistas que arquitectos, es decir, se adivina más vocación de master plan que de proyecto urbano.
Otro peligro está en que, paralelamente a la regeneración de los barrios marginados, se discute sobre la implantación de nuevos grupos residenciales y, sobre todo, de nuevos rascacielos como elementos autónomos -e insolidarios- de transformación. Hace muy poco Renzo Piano propuso un imponente rascacielos que casi alcanza los 500 metros -un proyecto elegantísimo, como era de esperar- sin que quede muy claro si va a tener una finalidad regenerativa general o va a ser un nuevo acto de publicidad y prestigio comercial. Así, mientras en los proyectos urbanos la formulación arquitectónica parece relegada a un segundo término, la arquitectura sigue un camino independiente con atribuciones poco generalizables.
Si me atrevo a subrayar esos posibles problemas de enfoque es porque pienso que pueden ser útiles en esta nueva experiencia londinense, aunque estoy seguro de que son ya claramente detectados por los políticos y los técnicos que llevan estas operaciones. Rogers ha escrito textos fundamentales y ha dirigido el final report de la Urban Task Force -Towards an urban renaissance-, en el que se dan las líneas básicas para la reurbanización de las ciudades inglesas, The Architecture Foundation ha analizado en textos y concursos el tema Living in the city y Nicky Gavron ha expuesto públicamente cuál es el nuevo contenido social de la redensificación. Se está iniciando una experiencia urbanística de gran alcance y sus promotores, aupados por la GLA, tienen la inteligencia y los instrumentos para llevarla a cabo.
Los urbanistas de Londres suelen decir que las experiencias de Barcelona les han sido útiles. Ahora hay que desear que las nuevas experiencias de Londres sirvan para apoyar el nuevo empuje barcelonés que se anuncia. Y comprobar con estas experiencias que el primer paso debería ser la recuperación del Área Metropolitana. Si en 1987 Jordi Pujol siguió el mal ejemplo inglés, sería lógico que ahora se corrigiera como se han corregido los ingleses.
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