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Talento sin barreras

May Vázquez supera con el arte del tapiz el accidente que le alejó de su carrera de actriz

"Era como la Piaf, pero podía ser como Ciutti. Hacía teatro, pero podía hacer cualquier cosa". Con estas palabras recordaba el periodista Juan José Téllez su primera imagen de May Vázquez, cuando Cádiz doblaba los años setenta "como si fueran el Cabo de Buena Esperanza" y la vida comenzaba a ir en serio.Nacida en el año 1945 bajo el signo de Géminis, no se sabe muy bien si May Vázquez ha pasado la vida persiguiendo la casualidad, o si en ese libro reservado a los augures estaba escrito, con pelos y señales, su destino. Lo cierto es que su llegada el mundo del teatro, primera escala de su periplo profesional, fue tan sorpresiva como afortunada. "Yo me había graduado en delineación artística", recuerda. "Un buen día acompañé a una amiga que quería ser actriz a unas pruebas y, nada más entrar, Roberto Sansó, el empresario, nos adjudicó dos papeles. Yo traté de explicarle que no, que yo no... pero me convencieron".

El mundo del teatro le prendió al instante. Comenzó a profundizar en los fundamentos teóricos de este arte, a leer poesía, a afinar los sentidos en cada función a la que asistía como público. La lista de compañías por las que fue desfilando es interminable: Café de Teatro Valle-Inclán, Carrusel, Teatro Gaditano, Teatro Mentidero... Incluso llegó a recitar la Madre Coraje de Bretch en la subversiva compañía de Sánchez Casas. "¡Qué miedo! Yo diciendo aquellas cosas delante de la brigadilla... Pero no quería saber nada de pistolas: si hacía falta, le decía a Franco cualquier cosa, pero disparar no", afirma. Por mediación de Javier Escrivá, entre otros, May Vázquez dio el salto a Madrid, pero recuerda: "El ambiente no me gustó, era un teatro más comercial y menos comprometido. Además, si querías hacer algo tenías que acostarte hasta con el gato, y yo pasaba".

En 21 años de carrera, May Vázquez actuó en un centenar de representaciones dramáticas, comedias y recitales. Debutó en el Teatro Andalucía, allá por 1968, con En la ardiente oscuridad de Buero. Entre otros papeles memorables, cabe recordar el de La Pioja de La vigilia del degüello, de Jorge Díaz; la Clara de Las criadas, de Genet, y la Charlotte Corday de Marat Sade, de Weis. Su último proyecto, La Chunga, de Mario Vargas Llosa, se vería interrumpido en 1987 por un desgraciado accidente que la sentaría para siempre en una silla de ruedas. "Sucedió a 15 días del estreno y lo primero que me dije fue: ¿qué hago ahora? No tenía ganas de hacer teatro, ni de nada". Todavía convaleciente en el hospital, un buen amigo le descubrió la técnica del tapiz. May recuerda aquel primer encuentro de este modo: "Me sentí muy a gusto. Era como unirme de nuevo a esa tierra que ya no podía sentir con los pies". El algodón, el yute, el cáñamo, la lana y la seda le permiten expresar con las manos lo que antes transmitía con la voz desde las tablas. Después de seis exposiciones, la artista se ha convencido de sus capacidades. "Al principio creía que me halagaban por compasión, pero he entendido que lo que hago gusta".

Lo que nada pudo arrebatarle nunca es el sentido del humor. Cuando es presentada a alguna autoridad, suele estrechar la mano con una frase recurrente: "Perdona que no me levante". Y más que parapléjica, se autodefine "cachondapléjica".

Ahora, aunque sigue recibiendo ofertas para dirigir e interpretar, se resiste a volver al teatro. "Creo que tengo una segunda oportunidad en esta vida, necesito otras ilusiones. Para volver tendrían que cambiar muchas cosas, y yo no me encuentro. Sólo quiero seguir disfrutando de la vida", apostilla. "No me importaría vivir 100 años más en esta silla de ruedas".

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