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Tribuna
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Asesinos

Debe de ser un trago encontrarte en el periódico con la mirada desafiante y burlona de alguien que aspiraba a convertirse en tu asesino. Veo las fotos de Harriet Iragi Gurruchaga y de Igor Solana Matarrán y esta vez no pienso en sus víctimas, sino sólo en las que estuvieron a punto de serlo.Es difícil hacerte a la idea de que alguien pueda llegar a odiarte, pero es imposible imaginar que te odie alguien a quien no conoces. Imagino a las víctimas frustradas de Harriet e Igor descubriendo sus fotos en los periódicos. ¿Qué habrán sentido?

Los terroristas juegan siempre con ventaja, incluso en el terreno de las emociones. Ellos conocen a sus víctimas, se familiarizan con sus caras, saben de sus rutinas y quizá hasta alcancen a descubrir pequeños detalles banales y domésticos que han de estar al alcance de muy poca gente.

Pero este conocimiento, esta cercanía a la víctima, no corre nunca el peligro de transformarse en cariño, ni siquiera en ese sentimiento de difusa cordialidad que nos suscitan las caras desconocidas que vemos a diario en nuestro barrio, en nuestro trabajo. Están inmunizados contra estos sentimientos gracias a la carga doctrinaria que soportan, a esas buenas dosis de odio que les han llevado a convertirse en asesinos.

Los buenos terroristas no deben de hacerse muchas preguntas, pero las víctimas frustradas sí pueden hacérselas. Cuando se ha superado el intenso escalofrío que debe provocarte tocar con tus manos el artefacto que estaba previsto que acabara con tu vida, esas fiambreras de apariencia inocente pero que se adivinan macabras, supongo que primero uno se limita a encomendarse al azar o a cualquier otro dios. Es luego cuando le llega el turno a las preguntas.

Supongo que uno se plantea cómo pueden llegar a odiar tanto gente que, como Igor y Harriet, han nacido en un ambiente confortable, en un rincón próspero y apacible, pero, sobre todo, te preguntas cómo han llegado a acumular tanto odio en tan poco tiempo, porque veintitantos años no dan para mucho.

Imagino también que a uno puede quedarle la sospecha de si, más que el odio, a los verdugos les impulsa el deseo de seguir jugando. Leyendo las biografías de Harriet e Igor se observa una vertiginosa evolución que conduce en muy poco tiempo de la gamberrada callejera al asesinato. Es un proceso que ha contado en sus inicios con el apoyo más que tácito de esos que consideran que robar unas cuantas toneladas de explosivos es "una machada" y que, por el contrario, es "poco viril" quejarse de que a uno le quemen la casa.

Estos días mucha gente se ha preguntado por qué ETA centraba sus actividades en Andalucía. Unos decían que era porque aquí, entre tanto turista, es fácil pasar desapercibido. Otros porque aquí está más arraigada la conciencia de "lo español".

Se olvidaba que formamos parte de ese Sur al que Sabino Arana, hace un siglo, y Xabier Arzalluz, ahora, se han referido siempre con tanto desprecio. Se olvidaba que Igor y Harriet, en su niñez, se han educado con libros de texto que les explicaban cómo don Sabino veía en nosotros, en los maketos, "una de las razas más despreciables de Europa" y unos "enemigos" de su patria.

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