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Puñalada

Manuel Vicent

En aquel valle de almendros primero construyeron una colonia de chalés adosados, luego se levantó una urbanización con muchas farolas, y ahora hay un conglomerado de hormigón que cubre todo el horizonte. Durante esa transformación hubo un momento en que a ese paisaje de tu niñez se le rompió el alma, y aunque ya vivías muy lejos, los especuladores también a ti te la rompieron. Sucedió lo mismo con la pequeña ciudad donde creciste. La sombra de los plátanos, los sonidos familiares, el vaho de los portales y las tiendas que fueron sustento de unos sueños de juventud han sido barridos por las excavadoras y las grúas. Estabas un día en Nueva York y sentiste un terrible impacto ambiental que venía del fondo de la memoria. De pronto supiste que algo dentro de ti había muerto. Cualquier paisaje, cualquier ciudad, cualquier barrio o plaza tiene un alma, que es la tuya si la desarrollaste en ese lugar. Los antiguos aplicaban a cada uno de estos espacios un dios protector. A los ingenieros se les llamaba pontífices. Los arquitectos tenían un carácter sagrado. Todavía hoy en la cabecera de los puentes se erige una escultura moderna que es un vestigio del pequeño templo que levantaban los romanos para encomendar esa construcción a una deidad, y aún se sigue llamando sacrilegio a un edificio que rompe la armonía de un paisaje. La arquitectura también es naturaleza, y no debe diferenciarse del sentimiento de las personas. Una ciudad puede ser un proyecto de convivencia o sólo una gran constructora con unos ediles doblegados. En este caso el urbanismo se convierte en una profanación. Todos los lugares son santos para mucha gente. Un día volviste a aquel valle o a la pequeña ciudad de tu infancia. Todavía quedaban algunos almendros y también se veía la ermita. En otro viaje ya habían desaparecido los plátanos de la plazoleta pero aún estaban la mercería y la tienda de salazones con su aroma intacto. De pronto una noche en un calle de Nueva York sentiste una puñalada por la espalda. Te volviste y no era nadie, pero no se trataba de una alucinación, porque en el tercer viaje de regreso al lugar de tu pasado ya no reconociste nada. Habían destruido por completo su alma que era la tuya y por allí deambulaba también una multitud de almas muertas. A eso se debía la puñalada.

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Sobre la firma

Manuel Vicent
Escritor y periodista. Ganador, entre otros, de los premios de novela Alfaguara y Nadal. Como periodista empezó en el diario 'Madrid' y las revistas 'Hermano Lobo' y 'Triunfo'. Se incorporó a EL PAÍS como cronista parlamentario. Desde entonces ha publicado artículos, crónicas de viajes, reportajes y daguerrotipos de diferentes personalidades.

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