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"En mi horizonte no hay nadie, sólo Pelé"

Arrogante e insolente, Romario volvió a la selección "por exigencia del pueblo", y el domingo le marcó cuatro goles a Venezuela

Cada vez más, Romario desconoce sus límites. En las últimas semanas, el atacante del Vasco de Gama y de la selección brasileña, se dedicó de manera especialmente pícara a destrozar adversarios dentro y fuera de la cancha. Con la pelota en los pies, mantuvo a lo largo del año el promedio de 1,14 goles por partido. Han sido 56 en la actual temporada. A veces, como en el partido del domingo contra Venezuela, sube espectacularmente su estadística: hizo 4 de los 6 goles anotados por la selección brasileña, y lamentó haber perdido otros dos.Fuera de las canchas, hace blanco y fulmina a medio mundo, desde entrenador Wanderley Luxemburgo al lateral Roberto Carlos, desde su ex amigo Edmundo al ex jugador e ídolo nacional Zico.

No quedan dudas: a sus 34 años, edad en que la mayoría de los jugadores empieza a prepararse para la inevitable jubilación, con su parco metro y 70 centímetros de altura, el Bajito se consolida en el pedestal de principal ídolo del fúbtol brasileño, y vive su mejor momento. En dos partidos con la selección ha logrado ser el máximo goleador de las eliminatorias suramericanas para el Mundial de 2002, con siete goles (dos más que Rivaldo), y ya es un firme candidato para el puesto de abuelo en la próxima Copa del Mundo, en la que contará 36 años.

El regreso de la estrella

Arrogante, a veces insolente, manejando un humor implacable y afilado, el jugador estuvo muchos meses fuera de la selección brasileña, y fue repescado para el partido contra Bolívia, justo en el momento en que Brasil pasaba por una de las peores campañas de la historia reciente. Anotó tres de los cinco goles brasileños, decidió el resultado, y reiteró que se sentía bien por haber regresado al equipo "por exigencia del pueblo".Tras el estrepitoso fracaso de Brasil en Sydney -él había dicho claramente que esperaba formar parte del equipo, pero fue descartado por el entonces técnico, Wenderley Luxemburgo-, Romario optó por el silencio. Luxemburgo fue destituido del cargo de entrenador, y entonces el Bajito habló: "Vamos a esperar al partido contra Venezuela". Ese es el rol que más le gusta a Romario: confirmar que es el ídolo absoluto, dueño de un carisma único. Eso, y hacer goles.

Sin embargo, lo que más cautiva a los brasileños es el hecho de que Romario, desde el Mundial de 1994, se haya transformado en un pagador de promesas. Todo lo que promete, lo cumple. Fue asi en aquel Mundial de 1994, y asi sigue siendo en cada partido. ¿Y qué es lo que promete? Goles. Ya ha anotado, en partidos oficiales, 755. Su meta es superar la marca de Pelé, unos 1.300. Con el camiseta de la selección brasileña, acaba de robarle a Zico el puesto de segundo mayor goleador de la historia: 51 contra 48. Delante de él, sigue Pelé, con 95. Y eso le permite lanzar agujas contra todos los demás ídolos del pasado: "En mi horizonte no hay nadie, sólo Pelé".

Con una pelota en los pies, Romario simboliza, más que cualquier otro jugador, el viejo espíritu del fútbol brasileño. Un jugador capaz de lances mortales sobre los adversarios, un maestro de la improvisación, dueño de un sentido de la oportunidad que roza lo sublime. El dios de los espacios mínimos, el matador implacable.

Dueño de un patrimonio cercano a los 2.000 millones, con un sueldo de 380 millones al año, podría jubilarse con toda tranquilidad. Otros lo harían sin pensar. Romario, no. Al fin y al cabo, le gusta saberse el salvador de la patria. Para él, no hay dinero que valga esa gloria. O esos goles. La hinchada, deslumbrada, lo agradece.

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