Dios
La ubicuidad es uno de las atribuciones de la divinidad y de algunos mortales, investidos de honorabilidad por mor del voto democrático. El socialista Andrés Perelló bromeó ayer al respecto en las Cortes: "Zaplana se diferencia de Dios en que Dios está en todas partes, y él ya ha estado".La ocurrencia surgió a propósito del debate sobre "la reciente remodelación" del Consell, que se produjo hace cinco meses. Alicia de Miguel representó al presidente y ofreció una detallada relación de las disposiciones reglamentarias que soportan la creación de un nuevo equipo de gobierno. Una docta exposición que fue recibida como "un peñazo" por la oposición y que ilustra la falta de consideración hacia el órgano legislativo de control al poder ejecutivo.
Nuestros gestores adolecen de pereza democrática y afrontan las exigencias de la representación ciudadana como un molesto efecto colateral. Y demuestran una solvencia inédita para ejercer en la tribuna otra atribución que escapa a los mortales sometidos a la separación de poderes. Hace unos días, una oportuna decisión del ministerio fiscal a propósito del denominado caso Cervera permitió al presidente sacudirse una molesta exigencia de la oposición y dejar de rendir cuentas para anotar faltas en la libreta de sus rivales.
La mejor defensa es un ataque incluso para aquellos que palpan el más allá. Como pensó una mañana Salvador Forner, responsable de la cosa universitaria, cuando acudió a la Sindicatura de Comptes para denunciar extraños manejos contables de parte de un rector. Un mínimo de vergüenza torera habría impedido a cualquier responsable de la administración denunciar la paja en el ojo ajeno ante el órgano que, año tras año, detecta la carcoma que corroe las vigas de las finanzas públicas.
Pero es que si Zaplana renunció ayer a la ubicuidad -tal vez estuvo en las Cortes antes- sus adláteres sacan a relucir un peligroso atributo que manifiesta el poder cuando se ejerce con desdén absoluto: la solubilidad del equilibrio democrático.
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