Cartero
El cartero ha decidido que no estoy -supongo que aún esperará algo más para decidir que no soy-, que no vivo en mi casa, que no paro por aquí. El cartero lleva dos años dejándome "avisos de llegada" en los que me comunica mi ausencia de mi domicilio el día tal, a la hora tal. Como el cartero sostiene que no estoy, ni vivo, ni paro en mi casa, el hombre -¿Una mujer? ¿Una cartera?- me hace ir dos o tres veces por semana a la oficina de Correos para recoger paquetes, libros, comunicaciones.Por el camino me pregunto si llevará razón el cartero: ¿Estoy aquí? ¿Vivo en Málaga? ¿Continúo habitando en mi casa? Muy pronto comenzaré a preguntarme quién soy, de dónde vengo, a qué incógnita llegaré.
Sospecho que el cartero es un filósofo adscrito a la Secta del Perro, uno de aquellos cínicos que cuando por fin Aristóteles definió al hombre -"bípedo implume", fue la definición aristotélica- optó por subir al Ágora de Atenas, pelar un pollo, echarlo en mitad de la plaza y exclamar: "He ahí al hombre de Aristóteles".
El cartero no me deja pollos pelados, pero insiste en que no estoy en mi casa desde hace dos años, y me deja avisos que me comunican mi ausencia durante una hora de un día en el que yo creía estar escribiendo en este mismo ordenador, sobre esta misma mesa junto a la que hay una silla en la que, según el cartero, no me siento desde hace dos años.
A veces telefoneo a mis amigos para preguntarles si en ese mismo momento en el que hablo con ellos estoy en el teléfono de mi casa. Ellos suelen contestarme afirmativamente, pero alguno, más escéptico, me dice que pudiera estar telefoneándole desde algún lugar distinto a mi casa. Entonces, le pido un favor a mi escéptico amigo: "¡Llámame!". Riing, riing, riing: "¡Dime, Pablo! ¿Estoy o no en mi casa?". "Chico, qué quieres que te diga... yo no sé si tú eres Juvenal".
Cuelgo, bajo la escalera, veo un aviso del cartero: "El envío señalado con una X, procedente de Madrid y remitido por Alfaguara, no ha sido entregado por no encontrarse usted en su domicilio a las tantas horas del día tal de tal mes del año tal". Llamo otra vez por teléfono: "¿Pablo? Sí, era cierto. ¡No estoy!".
El cartero puede que no sea un cínico y sí un neo platónico. Yo soy la sombra de alguien que no está aquí. Sólo mi sombra, según el cartero, habita en mi casa, y las sombras ni oyen los timbres ni responden a las llamadas de los porteros automáticos. El cartero ha decidido que no estoy porque probablemente desea para mí ese estado del virtuoso socrático que sólo sabe que no sabe nada, ni siquiera si está en su casa, o si habita en ella, o si para en sitio alguno.
Lo que no conseguí entender en la cátedra de Filosofía del Derecho de la Universidad de Granada, el cartero me lo enseña ahora. "Usted no está, usted no vive, usted no para". Gracias al cartero y a sus avisos acaso pronto sabré quién soy. Ya sé, sin embargo, que el correo sólo es un estado de la mente. ¡Eureka!
Tu suscripción se está usando en otro dispositivo
¿Quieres añadir otro usuario a tu suscripción?
Si continúas leyendo en este dispositivo, no se podrá leer en el otro.
FlechaTu suscripción se está usando en otro dispositivo y solo puedes acceder a EL PAÍS desde un dispositivo a la vez.
Si quieres compartir tu cuenta, cambia tu suscripción a la modalidad Premium, así podrás añadir otro usuario. Cada uno accederá con su propia cuenta de email, lo que os permitirá personalizar vuestra experiencia en EL PAÍS.
En el caso de no saber quién está usando tu cuenta, te recomendamos cambiar tu contraseña aquí.
Si decides continuar compartiendo tu cuenta, este mensaje se mostrará en tu dispositivo y en el de la otra persona que está usando tu cuenta de forma indefinida, afectando a tu experiencia de lectura. Puedes consultar aquí los términos y condiciones de la suscripción digital.