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Tribuna:Sydney 2000LA OTRA MIRADA
Tribuna
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La grandeza de la soledad

A medida que compruebo que mi vida depende cada día mas de los otros, sean los desconocidos miembros del Banco Central Europeo o el fontanero, crece una cierta misantropía en mi interior que me incita a admirar aquellos trabajos cuyos resultados son frutos estrictamente individuales. Mi fe en el corredor de los 100 metros es infinitamente superior a la que pueda sentir por el afamado presidente ejecutivo de una inmensa compañía, llena de asesores, técnicos, consejeros y correveidiles. La autenticidad de la valía del saltador de pértiga me parece mucho más fácil de comprobar que la habilidad de un ministro, a quien presumo rodeado de edecanes, funcionarios, expertos y auxiliares de toda laya. Ese tipo que se dispone a lanzar la pesa lo más lejos posible, aunque haya tenido a su disposición entrenadores, dietetistas e incluso esos médicos que con los fármacos lo pueden poner a pie de la descalificación, esta solo y lo que haga, bien o mal, plausible o rechazable, será de su estricta responsabilidad.En una sociedad donde nadie se siente responsable de los desastres que ocasiona, porque siempre hay factores e interacciones exculpatorias, el trabajo solitario adquiere una noble grandeza, una referencia necesaria. La señorita que falla en el salto de longitud no puede aducir que sus padres se divorciaron, que el capitalismo le oprime o que está triste por el empobrecimiento de la biodiversidad. Un atleta es un ciudadano que se presenta ligero de equipaje y que no tiene preparado un rosario de excusas si no sale bien su ejercicio. Me parece tan admirable como raro, e incluso sintiendo por el ejercicio físico un entusiasmo sencillo de medir, creo que los Juegos resultan positivamente pedagógicos.

La asunción de la responsabilidad individual es una tarea pendiente de esta sociedad. El día que salga alguien y diga "señoras, señores, les pido disculpas porque me he equivocado; ha sido un error; es culpa mía", a lo peor avisan al personal del frenopático porque se dudará de la salud mental del sincero. Rodeados de soberbios, arribistas, simuladores, mediocres y maniobreros, la figura del atleta en la pista casi resulta extravagante. Quizás presintamos que, antes de la señal de salida, alguien lance una opa hostil, compre a dos equipos y deje la carrera con sólo dos participantes. Pero no hay fusiones a la fuerza que valgan. Están solos. Con su responsabilidad y sus fuerzas. Con sus temores y sus glorias. Solos en su grandeza.

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