El capricho de Ken Bates
El presidente del Chelsea ficha a Ranieri y se enfrenta a la hinchada
En la liga inglesa no se juega tan bien al fútbol como en la española. Los aficionados ingleses reconocen, cuando no están borrachos, que es así. Una cosa les ha servido, hasta cierto punto, de consuelo. Saber que los dirigentes de sus clubes no padecen de la megalomanía, del caprichismo infantil que ha caracterizado a lo largo de los años a algunos de los señores que han mandado en el fútbol español. Ken Bates, el presidente del Chelsea, está haciendo lo posible para privarles a los ingleses de esta pequeña ilusión. La decisión que tomó Bates la semana pasada de destituir a Gianluca Vialli, entrenador del Chelsea durante dos años y medio, obedece no a la lógica futbolística sino a una patología que debe de ser bastante común en los multimillonarios: la fantasía de que todo es posible en la vida, que un enorme ego ligado a una enorme cuenta bancaria es capaz de sobreponerse a las limitaciones que impone la naturaleza.El Chelsea no es uno de los grandes del fútbol inglés. Apenas es uno de los medianos. En sus 95 años de vida ha ganado una liga (en 1955), tres copas, dos recopas y una supercopa. Una de esas copas, una recopa y la supercopa -es decir casi la mitad de los trofeos cosechados en casi un siglo- las ganó el club londinense bajo el mando de Vialli, que tras ser jugador del Chelsea se convirtió en entrenador en febrero de 1998. El viernes pasado Ken Bates y su directiva explicaron que habían despedido a Vialli, y habían contratado a Claudio Ranieri, ex entrenador del Atlético de Madrid, en su lugar, porque deseaban que el Chelsea ascendiera "a otro nivel". O sea que el salto cualitativo que había dado el club con Vialli no era suficiente. Bates no estaba satisfecho con que Vialli hubiera transformado a un equipo cuyo mayor logro durante treinta años había sido evitar el descenso a uno que, la temporada pasada, estuvo a siete minutos de ganar al Barcelona y pasar a semifinales de la Liga de Campeones, que ganó la copa inglesa y que -en una hazaña que nadie ha logrado en una década- venció gloriosamente al Manchester United cinco a cero. La afición del Chelsea lo adoraba. Una afición que en el primer partido tras la salida de Vialli, coreaba el nombre del italiano sin cesar y abucheaba a Leboeuf, uno de los jugadores que había conspirado contra el entrenador.
Fue el player power, el poder de los jugadores, lo que provocó la caída de Vialli, según dicen en Inglaterra. Vialli rotaba los jugadores constantemente. Lo que, obviamente, causaba malestar entre algunos miembros de la plantilla. En tales circunstancias la directiva tiene que tomar una decisión: o apoyar al entrenador, o prestarle atención a las quejas de algunos de los jugadores. Bates y su gente optaron por echar a Vialli, que en dos años ganó más trofeos en el Chelsea que Alex Ferguson en sus primeros seis en el Manchester. Lo que está claro es que si la directiva del Manchester se hubiera comportado de semejante manera con Ferguson el Manchester no se habría convertido en el mejor equipo inglés, de lejos, de los años noventa.
La ironía es que a lo que aspira Bates es, precisamente, convertir al Chelsea en el United londinense. Otra ironía es que pretende hacerlo con Ranieri, que en sus 14 años de entrenador ha ganado el mismo número de copas que Vialli en dos. Pero, pase lo que pase en el terreno de juego, Ranieri comienza su nuevo trabajo con el confort y el alivio de saber que por más insufrible que resulte ser su nuevo jefe nunca, nunca descenderá al nivel del anterior.
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