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Tribuna:LA OTRA MIRADA
Tribuna
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Juegos de noche

En su libro En las antípodas, Bill Bryson escribe: Salí de Los Angeles el 3 de enero y llegué a Sydney, catorce horas después, el 5 de enero. Yo no viví el 4 de enero. Ni siquiera un poco. Adónde fue a parar, no sabría decirlo. Lo único que sé es que durante un período de veinticuatro horas, por lo visto no existí. Este extracto nos da una idea de lo peligrosa que puede llegar a ser la diferencia horaria cuando uno trata con los australianos. En estos Juegos, los aficionados al deporte estamos empezando a aprender de qué va esta copla. Escuchamos la retransmisión de un partido de futbol a las 11 de la mañana y, mentalmente, nos preguntamos cuándo demonios se está jugando. ¿Nueve horas más tarde del mismo día o nueve horas antes del día anterior? Intentamos actuar con normalidad cuando, en realidad, maldita la gracia que les hace a nuestros biorritmos tener que seguir una prueba deportiva a una hora tan intempestiva.Durante el descanso, aprovechamos para leer el periódico del día en el que, sin rubor alguno, se nos cuentan los momentos previos a un partido que va por la mitad o la entrevista a un animoso corredor al que, hace un par de horas, hemos visto fracasar en directo. Así, disfrutar del espectáculo resulta difícil y se pone a prueba la intensidad de nuestro fervor patriótico para con nuestros atletas. ¿Seremos capaces de robarle horas al sueño para seguir las peripecias de nuestros héroes? En otros Juegos, lo fuimos. Seúl o Los Ángeles, nos sirvieron para alterar nuestras costumbres y disparar nuestro consumo de cafés y otros estimulantes. Claro que entonces éramos más jóvenes y, en el fondo, aquellas diferencias horarias no parecían tan fastidiosas como la que nos separa de Sydney. Nueve horas más. Suena a fácil pero no lo es. Porque esas nueve horas son precisamente las que dedicamos (algunos más que otros) a dormir. Y cuando, tras una dura jornada de trabajo, regresamos a casa, preparamos la cena y fregamos los platos (para quedar como los perfectos maridos que somos), hacemos los deberes de nuestros hijos y les contamos un cuento antes de acostarlos (para quedar como los perfectos padres que somos), nos quedan pocas fuerzas para ver como otros se desloman corriendo los 10.000 metros. Resumiendo: que cuando empieza la fiesta, estamos hecho polvo. Estos Juegos serán, pues, ideales para los noctámbulos. Pantallas en bares y discotecas en las que, rodeados por unas copichuelas y unos amiguetes, uno podrá admirar las gestas de esos atletas que, allí en las antípodas, le arañan una décima de segundo no sólo a los récords sino también a esas malditas nueve horas de diferencia.

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