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Todo, todo, normal

A casi mes y medio de su inauguración, Terra Mítica ha alcanzado una velocidad de crucero. Todo discurre en el parque con normalidad: las colas más largas entre semana no pasan de una hora, los lavabos están impolutos, en las tascas hay bebidas frescas y bocadillos con pan del día, el servicio en los restaurantes es rápido y eficaz y los platos tienen una calidad innegable. Es decir, lo que tiene que ser normal es normal.Los problemas surgen cuando esa atmósfera apacible se traslada a las atracciones, donde lo que más destaca es una decoración y ambientación muy conseguidas. Unas aburren porque ya se han experimentado en otros parques, otras porque no pueden hacer otra cosa, y sólo el vértigo de El vuelo del Fénix consigue que suba la adrenalina.

Jueves 7 de septiembre. Las diez en punto de la mañana. En el peaje de la A-7 que marca el acceso a Terra Mítica los visitantes más madrugadores hacen cola y se sacan la cartera por primera vez. Es un gesto que repetirán muchas veces a lo largo del día. Conducen coches matriculados en Córdoba, Santander, Barcelona, Madrid... En casi todos los asientos traseros se ve a niños excitados. Es el perfil del visitante al parque temático de Benidorm: familia de clase media que veranea en Benidorm o en algún otro punto de la costa de la Comunidad Valenciana.

La entrada unitaria de adulto cuesta 4.800 pesetas. Previamente, los conductores de coche habrán tenido que desembolsar 800 pesetas por aparcar. Los motoristas, 400. Autobuses y bicicletas no pagan. Antes de entrar, un cartel advierte de que la atracción El Misterio de Keops está cerrada. Anubis da la bienvenida a los que pasan los troqueles, mientras por los altavoces camuflados suena música árabe. Primera atracción: Las cataratas del Nilo. Un par de caídas, una de cara y otra de espaldas, y un buen remojón en esta montaña rusa acuática que da fuerzas para superar el calor.

En la zona de Grecia, media hora de cola para acceder a El Laberinto del Minotauro, que resulta ser un tren de la bruja puesto al día con monstruos de todo tipo y condición. Si el Minotauro cretense hubiera tenido tanta compañía en su laberinto, quizá se le habría dulcificado el carácter y Dédalo habría muerto de viejo. El incentivo son unas pistolas que proyectan un punto rojo, con las que el personal se lía a tiros con los espantajos mecánicos que, evidentemente, no acusan los impactos e incrementan la sensación de vergüenza ajena de ver a un señor hecho y derecho volviéndose turulato con la pistola de marras.

La ambientación del parque es excepcional, pero aun así algunos no se enteran. "Ahora salimos de Egipto y entramos en Roma", le dice un padre a sus tres retoños hiperactivos. No ha dado usted una, caballero. Todavía no hemos abandonado Grecia. Ahora sí en Roma, en la cola para subir al Magnus Colossus (la montaña rusa más alta de Europa y uno de los principales reclamos del parque), una mujer parece más preocupada por inyectar contenido didáctico a su visita. "Yo creía que te explicaban algo de la historia de las civilizaciones, pero por lo visto te lo tienes que traer aprendido", comenta con sus acompañantes. Un parque temático ofrece turismo de cartón piedra, y de hecho los visitantes se fotografían con templos y estatuas con el énfasis que pondrían ante el mismísimo Partenón. La historia hay que buscarla en otros sitios.

Los parques temáticos son, pues, para divertirse, y eso es lo que se espera del Magnus Colossus. Vaivenes, curvas, subidas y bajadas a 100 kilómetros por hora en un viaje de locura que dura poco más de un minuto. Y la montaña rusa de madera que compite con la Serra Cortina lo ofrece, pero en unos carricoches de tortura. Para divertirse hay que estar cómodo, y eso es difícil cuando el culo se despega del asiento y la barra de sujeción toca un redoble sobre la boca del estómago. No hay término medio: el viaje en la pequeña montaña rusa llamada El Tren Bravo, en Iberia, es mucho más apacible, pero también aburrido.

El Vuelo del Fénix es la parada obligatoria en Terra Mítica si lo que se busca son emociones fuertes. Hay que probarlo, aunque sólo sea para sentir lo que sintieron el Príncipe y el Molt Honorable en la tórrida inauguración aquella. Los asientos trepan por una columna de 54 metros de altura y descienden en caída libre. Primero llega el vértigo, después el miedo, luego la sensación de que todo va a ir mal, el mareo de estar al borde del fin y la alegría final por habernos salvado. Nada que no pueda sentir un candidato cuando se acerca el congreso de su partido, pero muy impresionante para los ciudadanos de a pie.

Terra Mítica va más allá de las atracciones. Cuenta con espectáculos como el Circus Máximus, un anfiteatro en el que se desarrolla un espectáculo circense con gladiadores y monstruos mecánicos. Esperando para entrar, una familia de Lugo le da envidia vía móvil a un pariente. Le pasan a la chica encargada de abrir las puertas el aparato, y ella se queja: "los uniformes son horrorosos y dan mucho calor". "Esto está muy logrado", comenta una de las gallegas, que realiza la comparación inevitable: "en Port Aventura hay más espectáculos".

Las atracciones de recorrido son teatros en los que se emplean técnicas audiovisuales y de realidad virtual para contar una historia. Lamentables. La realización es de andar por casa y los guiones proceden de una actividad neuronal de frecuencia demasiado baja para el dinero que cuestan estas tecnologías de última generación, pero mal empleadas.

Hemos pasado un día en Terra Mítica, la gran apuesta por incrementar, si es posible, el turismo en estas costas. Hemos comido muy bien en un restaurante llamado Corfú y, si nos despistamos, hemos podido pensar de verdad que caminábamos a orillas del Nilo.

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